“Conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres” (Jn VIII, 32)
¿Cuál es esa verdad, Señor? Durante años me lo he preguntado. No hablabas, me parece, de un “conjunto de verdades” o de una verdad cuyo enunciado requiere de sesudas explicaciones. Dios es simple y, al mismo tiempo, infinito.
Creo que “la” verdad es esta: Dios es Amor. Creo que dentro de esta verdad se esconde toda tu doctrina y la explicación de todo el universo, la razón de nuestras vidas – quienes somos, de donde venimos, hacia adonde vamos – y en definitiva, la respuesta a todas las interrogantes que nosotros, simples criaturas, nos hacemos porque “nos creaste Señor para Ti, y nuestro corazón está inquieto hasta que descansa en Ti” (S. Agustin, Confesiones cap. I) También esconde la fórmula para hacer de este un mundo mejor, una civilización del Amor, basada en la doctrina que nos diste a través de Tu Hijo, Jesucristo, y que una y otra vez los hombres, heridos por el pecado original, desoímos, buscando respuestas cada vez más complicadas, que no dan la felicidad.
“El Amor a Dios y al prójimo es el distintivo del Cristiano” (Juan Pablo II, Santo Rosario, segundo misterio de gozo)
Si atendemos y reflexionamos profundamente en esa verdad, es un mar sin orillas.
Dios es Amor. Dios creo el universo de la nada. Por lo tanto, lo que guía el universo y todo cuanto lo contiene es el Amor de Dios. La historia del Universo, el material y el espiritual (ángeles, arcángeles, potestades, y todos los seres incorpóreos) es la historia de Dios, que es Amor, y del Amor de Dios, que crea (Dios Padre) se da a conocer por la Palabra (Dios hijo) y quiere inspirar nuestras acciones para que se encaminen a Dios (Dios Espíritu Santo)
Si Dios es Amor, y es el principio y fin de todo lo creado, y nos creó para que descansemos en El, la felicidad está en responder al Amor de Dios.
Por eso todo lo que se contrapone al Amor de Dios se contrapone a nuestra felicidad. Por eso las guerras y la violencia nos hacen desdichados. Por eso el divorcio, rompimiento de una comunidad de Amor que incluye a otros seres creados por Dios, que son los hijos, nos aleja de la felicidad. Por eso cualquier acción o pensamiento nuestro originado del egoísmo (desorden que lleva a ponernos en primer lugar) genera infelicidad. Por eso la búsqueda del placer y el hedonismo dejan un vacío en nuestra alma. Porque Dios es Amor, y Él nos creó a imagen y semejanza suya. Nos creo para ser Amados de Él y para Amarlo a Él, y por Él, a todos los seres humanos.
Dios es Amor, y en el Amor está nuestra libertad. Amor que es don de sí mismo, no un sentimiento. El sentimiento es efecto y no origen del Amor, hasta el punto que se puede Amar y no “sentir”. Cristo en la cruz nos Ama infinitamente, y no es un sentimiento ni menos un sentimentalismo. El amor con minúscula, basado en los sentidos y en la atracción hacia nosotros mismos (para buscar y satisfacer nuestro placer) no hace feliz ni nos libera: al revés, nos esclaviza. Partimos buscándonos en nuestros placeres para terminar esclavos de ellos.
Dios es Amor, y el Amor es más fuerte que el pecado, más fuerte que la muerte, más fuerte que el odio, más fuerte que la violencia, más fuerte que todo. En el mundo de hoy, pareciera que es el dinero, el poder y el hedonismo quien lo mueve. Pero es el Amor de Dios al mundo lo que hace que siga existiendo, el Amor de Dios al mundo, al que nunca cesa de darle otra oportunidad para conocerle a Él, dejarse Amar por Él y responder a ese primer Amor: Dios nos amó primero, y eso nos hace libres.
Saber que Dios me Ama me libera de mis angustias y preocupaciones. Saber que Dios me Ama me hace superar los sufrimientos y contrariedades, y aceptarlos como voluntad suya, que los permite por eso, porque me Ama. Saber que Quien creó el Cielo y la Tierra me Ama a mí, personalmente, y que me creó por Amor y que quiere materializar ese Amor en mí, durante todo el tiempo de vida, y que quiere que luego de mi vida en la tierra esté con Él para siempre, me libera de la esclavitud de mí mismo (mis egoísmos, mis miedos, mis ambiciones, mis frustraciones) Los santos todos han sido felices. Los santos todos han sufrido mucho sin dejar de ser felices. Los santos todos han sido libres. Los santos todos han sido Amados y han Amado a Dios, y esa fue la fuente de su alegría, de su fuerza, de su coraje.
Si Dios está conmigo, ¿quién contra mí? (San Pablo)
¿Qué me falta, mi Dios para ser libre por tu Amor? ¿Qué me falta para Amarte?
Fe en que esta verdad, infinitamente simple y profunda, es verdad, y hacer de esa Fe el fundamento de mi vida.
Esperanza en que Dios quiere darme su Amor y quiere que le Ame, y pondrá los medios para que sea posible, solo con que yo lo deje hacer. Por el pecado original, por mi naturaleza caída, no soy capaz de Amar a Dios, pero espero en Él y él me dará su gracia para romper las cadenas de esas limitaciones. Espero en Su ayuda porque sé que me quiere.
Y junto a la Fe y la Esperanza, la Caridad misma. Esa que yo, de mi propio ser, soy incapaz de producir, pero que Dios me entrega y hace crecer en mí, porque es la única forma en que pueda recibir su Amor y pueda Amarlo. Caridad que me hace libre de todos mis miedos que agitan mi agresividad. Caridad que me da la paz, fruto del Amor que recibo de Dios y de mi libertad, liberado de todo lo que me oprime, me angustia, me quita la paz. El deseo de las cosas que quiero tener y no tengo, de la vida que quiero vivir y no vivo, de la envidia por ver otros que viven o tienen eso que quisiera... todo eso me quita la paz. Todo eso me aleja del Amor de Dios. Por eso, la verdad más sublime es que Dios es Amor, me hizo por Amor y por Amor quiere amarme y que le Ame, dejando atrás para siempre todo aquello que me hace frágil como persona.
Dios, a través de Cristo, revela el hombre al hombre (Encíclica Redemptoris Homini, Juan Pablo II, 1) y le muestra su llamado, su vocación: estamos llamados a ser Hijos de Dios y a construir la civilización del Amor.
domingo, 31 de agosto de 2008
miércoles, 16 de julio de 2008
Dios y el amor entre una mujer y un hombre
Dios es Amor. Al crear al ser humano, los creo varón y mujer (Gen I, 27). Quiso que pudiera desarrollarse una relación de amor entre ambos, reflejo del amor de Dios mismo: incondicional, transformador, enriquecedor, pleno. Quiso que de ese amor se generara la familia, "célula humana esencial donde el amor vive y se multiplica sin cesar" en palabras de Juan Pablo II. Y como conoce la naturaleza humana, al hacerse Hombre dió un regalo más: el matrimonio, canal de gracias para hacer posible que la fuente de todo fuera el amor de Dios.
Si es así, ¿por qué tantos matrimonios fracasan? Porque las parejas no creen en el matrimonio. Se ha convertido más en un evento social que en la celebración de la unión entre hombre y mujer para siempre. No creen sinceramente en el "para siempre". No "usan" de la fuente de gracia en la forma en que fue diseñada por Dios. No hacen de Dios la fuente de su amor, sino el amor humano. Y son matrimonios nulos, en tanto sacramento. ¿como puede ser válido como sacramento si al recibirlo no se está de acuerdo con su sentido, o no se conoce?
Si es un sacramento, ¿entonces los que no son cristianos no pueden vivir plenamente el amor entre hombre y mujer? En absoluto. Los cristianos recibieron ese don especial, pero no para ser una especie de "clase privilegiada" y único modo de plenitud en el amor, sino para ser testimonio, apóstoles. Por eso el matrimonio es una vocación cristiana, tanto como el sacerdocio o la vida consagrada. Pero todos pueden, independiente del credo religioso, acceder a esa plenitud del amor entre un hombre y una mujer.
Hay miles de formas de llevar a cabo una relación de amor entre hombre y mujer, y todas están al alcance de las personas para que elijan el camino que quieren. Pero Dios mismo creó un camino, para el que desee tomarlo. Entre varias alternativas - válidas - Él tiene una elección, algo así como el "best buy" de las tiendas de Internet. Y como creó al hombre y a la mujer, y es Dios, parece razonable pensar que es el mejor invento en el Universo para que el amor se desarrolle en plenitud.
El sacramento es para los cristianos, pero el "invento" de Dios es universal, y tiene incluso los mismos efectos del sacramento para los no cristianos, bajo tres premisas:
1) Que la relación esté centrada en Dios como fuente de Amor. Fallan las relaciones basadas en una simple suma de egoísmos. No llegan a la plenitud las relaciones donde la fuente del amor es el amor de los dos exclusivamente, donde cada uno aporta a la relación el don de sí mismo. Hay quienes piensan que la forma saludable de pareja es aquella en la cual cada uno trae lo mejor de si mismo, aportando de esa manera un espacio desde donde construir un amor creciente. Eso funciona. Pero no puede llegar a la plenitud del Amor porque al no tener a Dios como fuente, necesariamente está limitado a la persona, que junto con traer lo mejor de sí mismo trae también lo negativo, lo quiera o no, porque es un ser humano, limitado y falible. Es capaz de dar y darse de acuerdo a la información que tiene de sí mismo y de su pareja, pero no tiene "toda" la información, que reside solamente en el creador del amor, es decir, en Dios.
2) Que la relación sea exclusiva. El amor conyugal es personal e indivisible. Si no es exclusivo, simplemente no funciona. Será otra cosa, llámenla como quieran, pero no es amor entre hombre y mujer. Y es lógico: como la fuente es el Amor de Dios, tiene su misma naturaleza. Y el Amor de Dios a la persona y de la persona a Dios o es exclusivo, o no funciona. No se puede amar a varios dioses. Dios ama a cada uno como si fuera la única creatura del Universo, a quién creó y destinó a la felicidad que solo es plena en comunión con Él, y solo con Él. El Amor de Dios es siempre fiel, y así debe ser entre hombre y mujer. Una relación entre hombre y mujer es plena solo en la medida en que es exclusiva.
3) Que la relación sea para siempre, y que al comenzar la relación, exista ese compromiso y se renueve constantemente, a pesar de las dificultades que puedan surgir. Para llegar a plenitud, para estar comunicado totalmente con Dios y tener a Dios como fuente, debe compartir también la naturaleza eterna de Dios, quien no nos ama "hasta cierto tiempo" o solo "en determinadas circunstancias". Lo hace incondicionalmente. Cuenta y sabe que la relación entre dos personas humanas necesariamente debe pasar por dificultades. Y ahí está para que se puedan superar, mientras se esté en unión con El. Con la superación de las dificultades y los roces, ambos crecen, y como se superan con amor, ambos hacen más pleno el amor entre ellos.
Un amor entre hombre y mujer basado en esas tres premisas lo puede todo, lo conquista todo. Transforma al hombre y a la mujer, y les hace dar lo mejor de sí mismos. Entonces también se cumple que cada uno trae lo mejor a la relación, y se enriquece continuamente.
Este camino es duro porque supone dejar a un lado el egoísmo. Pero no es difícil cuando realmente Dios está en el centro de la relación. Entonces se puede "querer a concho" con confianza, y tener un espacio que es fuente de alegría y paz duradero.
El enemigo de la felicidad del ser humano - el diablo - intenta por todos los medios que esto no suceda. Lamentablemente, le está yendo bien últimamente. Ataca al hombre y la mujer por igual en el mismo frente: el miedo, que mina la confianza en Dios y en definitiva destruye la relación. Miedo a perder a la persona a la que se ama. Miedo al futuro porque no está todo arreglado. Miedo al compromiso de por vida. Miedo a no poder vivir con los defectos del otro. Miedo a que la otra persona no lo quiera a uno "como quiere ser amado" (como si eso fuera un derecho: cada cual ama como puede, y el otro tiene que ver si eso le llena o no). Miedo a hablar las cosas que separan, a tiempo. Miedo a no perturbar la relación, dejando pasar cosas hirientes que quien las hace no es consciente. Miedo a tener opiniones discrepantes. Miedo a ser uno mismo, intentando ser inútilmente lo que el otro quiere que sea... siempre miedo. Y como dice el Maestro Yoda, el miedo conduce la ira, y la ira al odio, y el odio al lado oscuro de la fuerza... y la relación se rompe.
Confiar en que el amor por otro basado en el Amor de Dios puede superar todos los miedos es lo que permite una vida plena y el desarrollo total del amor que Dios quiere entre un hombre y una mujer.
Si es así, ¿por qué tantos matrimonios fracasan? Porque las parejas no creen en el matrimonio. Se ha convertido más en un evento social que en la celebración de la unión entre hombre y mujer para siempre. No creen sinceramente en el "para siempre". No "usan" de la fuente de gracia en la forma en que fue diseñada por Dios. No hacen de Dios la fuente de su amor, sino el amor humano. Y son matrimonios nulos, en tanto sacramento. ¿como puede ser válido como sacramento si al recibirlo no se está de acuerdo con su sentido, o no se conoce?
Si es un sacramento, ¿entonces los que no son cristianos no pueden vivir plenamente el amor entre hombre y mujer? En absoluto. Los cristianos recibieron ese don especial, pero no para ser una especie de "clase privilegiada" y único modo de plenitud en el amor, sino para ser testimonio, apóstoles. Por eso el matrimonio es una vocación cristiana, tanto como el sacerdocio o la vida consagrada. Pero todos pueden, independiente del credo religioso, acceder a esa plenitud del amor entre un hombre y una mujer.
Hay miles de formas de llevar a cabo una relación de amor entre hombre y mujer, y todas están al alcance de las personas para que elijan el camino que quieren. Pero Dios mismo creó un camino, para el que desee tomarlo. Entre varias alternativas - válidas - Él tiene una elección, algo así como el "best buy" de las tiendas de Internet. Y como creó al hombre y a la mujer, y es Dios, parece razonable pensar que es el mejor invento en el Universo para que el amor se desarrolle en plenitud.
El sacramento es para los cristianos, pero el "invento" de Dios es universal, y tiene incluso los mismos efectos del sacramento para los no cristianos, bajo tres premisas:
1) Que la relación esté centrada en Dios como fuente de Amor. Fallan las relaciones basadas en una simple suma de egoísmos. No llegan a la plenitud las relaciones donde la fuente del amor es el amor de los dos exclusivamente, donde cada uno aporta a la relación el don de sí mismo. Hay quienes piensan que la forma saludable de pareja es aquella en la cual cada uno trae lo mejor de si mismo, aportando de esa manera un espacio desde donde construir un amor creciente. Eso funciona. Pero no puede llegar a la plenitud del Amor porque al no tener a Dios como fuente, necesariamente está limitado a la persona, que junto con traer lo mejor de sí mismo trae también lo negativo, lo quiera o no, porque es un ser humano, limitado y falible. Es capaz de dar y darse de acuerdo a la información que tiene de sí mismo y de su pareja, pero no tiene "toda" la información, que reside solamente en el creador del amor, es decir, en Dios.
2) Que la relación sea exclusiva. El amor conyugal es personal e indivisible. Si no es exclusivo, simplemente no funciona. Será otra cosa, llámenla como quieran, pero no es amor entre hombre y mujer. Y es lógico: como la fuente es el Amor de Dios, tiene su misma naturaleza. Y el Amor de Dios a la persona y de la persona a Dios o es exclusivo, o no funciona. No se puede amar a varios dioses. Dios ama a cada uno como si fuera la única creatura del Universo, a quién creó y destinó a la felicidad que solo es plena en comunión con Él, y solo con Él. El Amor de Dios es siempre fiel, y así debe ser entre hombre y mujer. Una relación entre hombre y mujer es plena solo en la medida en que es exclusiva.
3) Que la relación sea para siempre, y que al comenzar la relación, exista ese compromiso y se renueve constantemente, a pesar de las dificultades que puedan surgir. Para llegar a plenitud, para estar comunicado totalmente con Dios y tener a Dios como fuente, debe compartir también la naturaleza eterna de Dios, quien no nos ama "hasta cierto tiempo" o solo "en determinadas circunstancias". Lo hace incondicionalmente. Cuenta y sabe que la relación entre dos personas humanas necesariamente debe pasar por dificultades. Y ahí está para que se puedan superar, mientras se esté en unión con El. Con la superación de las dificultades y los roces, ambos crecen, y como se superan con amor, ambos hacen más pleno el amor entre ellos.
Un amor entre hombre y mujer basado en esas tres premisas lo puede todo, lo conquista todo. Transforma al hombre y a la mujer, y les hace dar lo mejor de sí mismos. Entonces también se cumple que cada uno trae lo mejor a la relación, y se enriquece continuamente.
Este camino es duro porque supone dejar a un lado el egoísmo. Pero no es difícil cuando realmente Dios está en el centro de la relación. Entonces se puede "querer a concho" con confianza, y tener un espacio que es fuente de alegría y paz duradero.
El enemigo de la felicidad del ser humano - el diablo - intenta por todos los medios que esto no suceda. Lamentablemente, le está yendo bien últimamente. Ataca al hombre y la mujer por igual en el mismo frente: el miedo, que mina la confianza en Dios y en definitiva destruye la relación. Miedo a perder a la persona a la que se ama. Miedo al futuro porque no está todo arreglado. Miedo al compromiso de por vida. Miedo a no poder vivir con los defectos del otro. Miedo a que la otra persona no lo quiera a uno "como quiere ser amado" (como si eso fuera un derecho: cada cual ama como puede, y el otro tiene que ver si eso le llena o no). Miedo a hablar las cosas que separan, a tiempo. Miedo a no perturbar la relación, dejando pasar cosas hirientes que quien las hace no es consciente. Miedo a tener opiniones discrepantes. Miedo a ser uno mismo, intentando ser inútilmente lo que el otro quiere que sea... siempre miedo. Y como dice el Maestro Yoda, el miedo conduce la ira, y la ira al odio, y el odio al lado oscuro de la fuerza... y la relación se rompe.
Confiar en que el amor por otro basado en el Amor de Dios puede superar todos los miedos es lo que permite una vida plena y el desarrollo total del amor que Dios quiere entre un hombre y una mujer.
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martes, 18 de marzo de 2008
La diferencia entre el cristianismo y las demas religiones
Buda fue una persona que desarrolló una forma de pensar, que con el tiempo derivó en una religión. Otro tanto pasó con Confucio. La mayoría de las religiones asiáticas tienen un mentor. La mayoría de ellas son de tipo “panteísta”, es decir, creen en una verdad que, al ser la suma de las verdades es superior en sí misma a sus sumandos. En algunos casos, es un estado de la persona (Nirvana). En otros casos, un incorporarse a una universalidad que incluye a todo pero a la vez es distinto de todo porque es todo. No hay un Dios personal, aunque sí una noción de universalidad distinta de sus elementos.
Mahoma fue una persona que se erigió en Profeta de Dios. Dijo que recibió la doctrina que predica directamente del Arcángel San Gabriel, la cual plasmó en el Corán. Predica la sumisión (Islam) de la persona a Dios. Cree por tanto en Dios, el mismo de los judíos y de los cristianos. Creen que Jesucristo fue también un Profeta (Jeschua ben Miryam) y que Dios lo resucitó de entre los muertos, pero lo consideran inferior como tal a Mahoma.
Los judíos no tuvieron un hombre como origen de su religión, sino Dios mismo, Yahvé de los Ejércitos, que se reveló a su pueblo y le escogió dentro de todos los pueblos de la Tierra para que mantuviera las creencias que entregó al más importante de sus hijos, Moisés. El único ser humano que hablaba con Dios cara a cara, y que escribió o inspiró directamente los 5 primeros libros del Antiguo Testamento, el Pentateuco de los cristianos y la Toráh de los judíos.
El cristianismo se basa en cambio en Cristo, y es la única de las religiones de la Tierra que manifiesta que su Fundador es Dios mismo hecho hombre. Verdadero Dios y verdadero hombre, un personaje histórico que vino al mundo a salvarlo de su pecado original y a revelarle a Dios uno y trino. La diferencia esencial está en eso, porque nuestra Fe dice que ese Jesucristo, crucificado y resucitado, es Dios mismo.
Ninguna otra religión pone a Dios mismo como hombre. O es a través de un hombre normal, o es directamente a través de Dios. Jesucristo aparece así como un ser casi mitológico, sacado del Olimpo, mitad Dios y mitad hombre. Solo que no es así. No es “mitad” hombre o Dios: es totalmente Dios y totalmente hombre. Es más: la religión cristiana es la única en la cual su Fundador dice expresamente de sí mismo que es Dios hecho hombre (el Mesías, el Ungido, que aún esperan los judíos). Fue por esa razón y no otra por la que fue condenado a la Cruz.
Dos de las primeras grandes herejías por las que pasó el cristianismo se refirieron precisamente a ese aspecto. Arrio (280-336) fue un sacerdote de Alejandría que negaba que Cristo fuese Dios. El y sus seguidores (los arrianos) creían que Cristo era un demiurgo, una especie de divinidad intermedia, pero no Dios mismo. Eutiques (378-454), por su parte, manifestaba lo contrario: que en Cristo había solo una naturaleza, la divina (monofisismo). Ambas herejías fueron rápidamente condenadas por la Iglesia, pero a pesar de los siglos que han pasado desde entonces, han resurgido bajo diversas filosofías y creencias.
En los años 60 – y hasta ahora – volvió con fuerza la idea del Cristo-hombre, una especie de revolucionario del Siglo I, un adelantado de los hippies. Luego fue el fenómeno de Jesucristo “súper estrella” que no era ni revolucionario ni hippie, pero desde luego un hombre desconcertante que se creía “todo el ruido ese de Dios”, como lo proclama Judas en la canción inicial de la película:
“Jesus!
You started to believe the things they say of you
You really do believe this talk of God is true
And all the good you’ve done
Will soon be swept away
You’ll began to matter more than the things you say”
Has comenzado a creer lo que se dice de ti
Realmente te crees toda esa habladuría de Dios
Y todo el bien que has hecho
Pronto será barrido
Haz comenzado a importar más que las cosas que dices
Claro, con ese enfoque, ¿que tiene de raro que luego los autores se pregunten quien es ese Jesús, quién se cree que es, y qué es lo que ha sacrificado? Y ponen por boca de Judas – que ya se ha ahorcado y vuelve del más allá a preguntarle a Jesucristo sus grandes dudas – dichas preguntas:
Jesus Christ, Jesus Christ,
Who are you, what have you sacrificed?
Jesus Christ, Superstar
Do you think you are what they say you are?
Jesucristo, Jesucristo
¿Quien eres? ¿Qué has sacrificado?
Jesucristo, Jesucristo
¿Crees que eres lo que dicen de ti que eres?
Y sin embargo, la verdad es esa: Jesús es Dios. Claro, es una verdad incómoda, que a muchos les desagrada. Porque, con buena lógica, si Jesús es Dios, ¿qué queda hacer sino hacerle caso, creerle y llevar el tipo de vida que nos dice que hay que llevar? Así pues, es más cómodo y conveniente poner en duda la divinidad de Jesús. Así, podemos seguir eternamente discutiendo acerca de lo que dijo e hizo, y los motivos por lo cual lo hizo o dijo, y las interpretaciones de lo que hizo o dijo, pero nunca nos sentiremos compelidos a actuar en consecuencia. Total, si fue "solo un hombre", por muy espectacular que fuera, ¿por qué iba a tener que moldear la vida de personas tan alejadas en el tiempo y en lo geográfico? ¿cómo es que no vino en pleno Siglo XX, donde su mensaje habría sido un fenómeno de masas? Lo vuelve a cantar el mismo Judas en la canción antes dicha:
Why you chose such a time and such a strange land?..
Israel in 4BC had no mass communications!
¿Por qué escogiste una época así y una tierra tan extraña?
¡Israel no tenía medios de comunicación masivos en el año 4 A.C.!
Preguntas que se hacen bajo una aparente inocencia de quien “solo quiere preguntar”:
Don´t you get me wrong (bis)
I only want to know (bis)
Jesus Christ, Jesus Christ,
Who are you, what have you sacrificed?
Jesus Christ, Superstar
Do you think you are what they say you are?
Y que hacen a la postre que cualquier religión de lo mismo, como se desprende de otras preguntas de Judas en la misma canción:
Tell me if Buda is where he’s at,
is he where you are?
Could Mahomet move a mountain
or was it just P.R. ?
Dime si Buda está donde dice,
¿está donde tú estas?
¿Podía Mahoma mover una montaña
O solo era publicidad?
No quiero con esto criticar a Andrew Lloyd Weber ni a Tim Rice. Muy por el contrario, después de mi primera reacción de rechazo al escuchar esta Opera Rock cuando salió en 1971 (al fin y al cabo, soy católico y amo a Cristo) me di cuenta que ese espíritu escéptico de “Jesus Christ Superstar” era un signo de los tiempos: en eso había acabado, respecto de la religión cristiana, la “revolución del 68”, que puso todo en cuestionamiento, y cuyos efectos perduran hasta el día de hoy. Y a eso conduce si uno no se cree, de verdad, que Jesucristo es Dios hecho hombre. Si no, efectivamente cabe preguntarse: ¿quién eres tu? ¿qué has sacrificado? ¿no eres acaso un hombre como lo fue Buda o Mahoma? Y claro, si Jesús es “solo” un hombre... ¿cómo poder amarlo? Porque por otro lado, un hombre que muere tan atrozmente por nosotros... asusta ese Amor, a menos que reconozcamos en Él el Amor de Dios. Así le cantan Magdalena y el mismo Judas en la película, éste antes de suicidarse:
I don’t know how to love him...
He’s a man, he’s just a man…
He scares me so!
Yo no se como amarle…
Es un hombre, sólo un hombre
¡me asusta tanto!
Lo triste de este enfoque es su pobreza y su desesperanza. Se pierde por completo la más dulce experiencia para el alma, el intelecto y las potencias del ser humano: el Amor de Cristo, que es el Amor de Dios. El Amor de una persona que a la vez es Dios, y que vive aún, como Dios y como hombre, aunque no lo veamos sensiblemente – privilegio solo de almas muy cercanas a El.
La secuela inmediata de esa actitud es el escepticismo respecto de todo, y la búsqueda de la felicidad donde no existe: el placer, las drogas, la posesión de las cosas, el hacer lo que le venga a uno en gana... todavía no conozco a ¡ni uno! que sea feliz con eso. Sin embargo, sí que conozco a ¡muchos! que son felices porque creen en Jesucristo, Dios y hombre verdadero, Redentor del hombre, Camino, Verdad y Vida. ¡Que hermoso es lo que dice Juan Pablo II comentando el Primer Misterio de Gloria!:
“Si: ¡Cristo vive! Está en nosotros, portadores de gracia e inmortalidad. Si habéis encontrado, pues, a Cristo ¡vivid a Cristo! ¡vivid con Cristo! Y anunciadlo en primera persona, como auténticos testigos: para mi, la vida es Cristo”
Esa diferencia es pues, la más importante, la que nos permite decir que la nuestra es la verdadera Fe: porque Jesucristo es Dios y es hombre, que no miente respecto de sí mismo ni de las verdades últimas. Que estuvo entre nosotros, nos redimió de nuestros pecados, subió a los cielos, y nos espera allí, después de ayudarnos en la Tierra para llegar a El y ser felices, aquí y en la eternidad. Y como demostración definitiva de que es así, nos dijo antes de subir a los cielos: “Yo estaré entre vosotros hasta la consumación de los siglos”. Dos mil años después, ahí está su Iglesia, tal y como la fundara: la misma Fe, los mismos sacramentos y el mismo camino hacia el cielo. A pesar de los pesares, ninguna, ¡ninguna! organización humana ha sido capaz de sobrevivir como la Iglesia católica, lo que demuestra que no es humana, sino que está fundada en Cristo, que es verdadero Dios, además de ser verdadero hombre.
Mahoma fue una persona que se erigió en Profeta de Dios. Dijo que recibió la doctrina que predica directamente del Arcángel San Gabriel, la cual plasmó en el Corán. Predica la sumisión (Islam) de la persona a Dios. Cree por tanto en Dios, el mismo de los judíos y de los cristianos. Creen que Jesucristo fue también un Profeta (Jeschua ben Miryam) y que Dios lo resucitó de entre los muertos, pero lo consideran inferior como tal a Mahoma.
Los judíos no tuvieron un hombre como origen de su religión, sino Dios mismo, Yahvé de los Ejércitos, que se reveló a su pueblo y le escogió dentro de todos los pueblos de la Tierra para que mantuviera las creencias que entregó al más importante de sus hijos, Moisés. El único ser humano que hablaba con Dios cara a cara, y que escribió o inspiró directamente los 5 primeros libros del Antiguo Testamento, el Pentateuco de los cristianos y la Toráh de los judíos.
El cristianismo se basa en cambio en Cristo, y es la única de las religiones de la Tierra que manifiesta que su Fundador es Dios mismo hecho hombre. Verdadero Dios y verdadero hombre, un personaje histórico que vino al mundo a salvarlo de su pecado original y a revelarle a Dios uno y trino. La diferencia esencial está en eso, porque nuestra Fe dice que ese Jesucristo, crucificado y resucitado, es Dios mismo.
Ninguna otra religión pone a Dios mismo como hombre. O es a través de un hombre normal, o es directamente a través de Dios. Jesucristo aparece así como un ser casi mitológico, sacado del Olimpo, mitad Dios y mitad hombre. Solo que no es así. No es “mitad” hombre o Dios: es totalmente Dios y totalmente hombre. Es más: la religión cristiana es la única en la cual su Fundador dice expresamente de sí mismo que es Dios hecho hombre (el Mesías, el Ungido, que aún esperan los judíos). Fue por esa razón y no otra por la que fue condenado a la Cruz.
Dos de las primeras grandes herejías por las que pasó el cristianismo se refirieron precisamente a ese aspecto. Arrio (280-336) fue un sacerdote de Alejandría que negaba que Cristo fuese Dios. El y sus seguidores (los arrianos) creían que Cristo era un demiurgo, una especie de divinidad intermedia, pero no Dios mismo. Eutiques (378-454), por su parte, manifestaba lo contrario: que en Cristo había solo una naturaleza, la divina (monofisismo). Ambas herejías fueron rápidamente condenadas por la Iglesia, pero a pesar de los siglos que han pasado desde entonces, han resurgido bajo diversas filosofías y creencias.
En los años 60 – y hasta ahora – volvió con fuerza la idea del Cristo-hombre, una especie de revolucionario del Siglo I, un adelantado de los hippies. Luego fue el fenómeno de Jesucristo “súper estrella” que no era ni revolucionario ni hippie, pero desde luego un hombre desconcertante que se creía “todo el ruido ese de Dios”, como lo proclama Judas en la canción inicial de la película:
“Jesus!
You started to believe the things they say of you
You really do believe this talk of God is true
And all the good you’ve done
Will soon be swept away
You’ll began to matter more than the things you say”
Has comenzado a creer lo que se dice de ti
Realmente te crees toda esa habladuría de Dios
Y todo el bien que has hecho
Pronto será barrido
Haz comenzado a importar más que las cosas que dices
Claro, con ese enfoque, ¿que tiene de raro que luego los autores se pregunten quien es ese Jesús, quién se cree que es, y qué es lo que ha sacrificado? Y ponen por boca de Judas – que ya se ha ahorcado y vuelve del más allá a preguntarle a Jesucristo sus grandes dudas – dichas preguntas:
Jesus Christ, Jesus Christ,
Who are you, what have you sacrificed?
Jesus Christ, Superstar
Do you think you are what they say you are?
Jesucristo, Jesucristo
¿Quien eres? ¿Qué has sacrificado?
Jesucristo, Jesucristo
¿Crees que eres lo que dicen de ti que eres?
Y sin embargo, la verdad es esa: Jesús es Dios. Claro, es una verdad incómoda, que a muchos les desagrada. Porque, con buena lógica, si Jesús es Dios, ¿qué queda hacer sino hacerle caso, creerle y llevar el tipo de vida que nos dice que hay que llevar? Así pues, es más cómodo y conveniente poner en duda la divinidad de Jesús. Así, podemos seguir eternamente discutiendo acerca de lo que dijo e hizo, y los motivos por lo cual lo hizo o dijo, y las interpretaciones de lo que hizo o dijo, pero nunca nos sentiremos compelidos a actuar en consecuencia. Total, si fue "solo un hombre", por muy espectacular que fuera, ¿por qué iba a tener que moldear la vida de personas tan alejadas en el tiempo y en lo geográfico? ¿cómo es que no vino en pleno Siglo XX, donde su mensaje habría sido un fenómeno de masas? Lo vuelve a cantar el mismo Judas en la canción antes dicha:
Why you chose such a time and such a strange land?..
Israel in 4BC had no mass communications!
¿Por qué escogiste una época así y una tierra tan extraña?
¡Israel no tenía medios de comunicación masivos en el año 4 A.C.!
Preguntas que se hacen bajo una aparente inocencia de quien “solo quiere preguntar”:
Don´t you get me wrong (bis)
I only want to know (bis)
Jesus Christ, Jesus Christ,
Who are you, what have you sacrificed?
Jesus Christ, Superstar
Do you think you are what they say you are?
Y que hacen a la postre que cualquier religión de lo mismo, como se desprende de otras preguntas de Judas en la misma canción:
Tell me if Buda is where he’s at,
is he where you are?
Could Mahomet move a mountain
or was it just P.R. ?
Dime si Buda está donde dice,
¿está donde tú estas?
¿Podía Mahoma mover una montaña
O solo era publicidad?
No quiero con esto criticar a Andrew Lloyd Weber ni a Tim Rice. Muy por el contrario, después de mi primera reacción de rechazo al escuchar esta Opera Rock cuando salió en 1971 (al fin y al cabo, soy católico y amo a Cristo) me di cuenta que ese espíritu escéptico de “Jesus Christ Superstar” era un signo de los tiempos: en eso había acabado, respecto de la religión cristiana, la “revolución del 68”, que puso todo en cuestionamiento, y cuyos efectos perduran hasta el día de hoy. Y a eso conduce si uno no se cree, de verdad, que Jesucristo es Dios hecho hombre. Si no, efectivamente cabe preguntarse: ¿quién eres tu? ¿qué has sacrificado? ¿no eres acaso un hombre como lo fue Buda o Mahoma? Y claro, si Jesús es “solo” un hombre... ¿cómo poder amarlo? Porque por otro lado, un hombre que muere tan atrozmente por nosotros... asusta ese Amor, a menos que reconozcamos en Él el Amor de Dios. Así le cantan Magdalena y el mismo Judas en la película, éste antes de suicidarse:
I don’t know how to love him...
He’s a man, he’s just a man…
He scares me so!
Yo no se como amarle…
Es un hombre, sólo un hombre
¡me asusta tanto!
Lo triste de este enfoque es su pobreza y su desesperanza. Se pierde por completo la más dulce experiencia para el alma, el intelecto y las potencias del ser humano: el Amor de Cristo, que es el Amor de Dios. El Amor de una persona que a la vez es Dios, y que vive aún, como Dios y como hombre, aunque no lo veamos sensiblemente – privilegio solo de almas muy cercanas a El.
La secuela inmediata de esa actitud es el escepticismo respecto de todo, y la búsqueda de la felicidad donde no existe: el placer, las drogas, la posesión de las cosas, el hacer lo que le venga a uno en gana... todavía no conozco a ¡ni uno! que sea feliz con eso. Sin embargo, sí que conozco a ¡muchos! que son felices porque creen en Jesucristo, Dios y hombre verdadero, Redentor del hombre, Camino, Verdad y Vida. ¡Que hermoso es lo que dice Juan Pablo II comentando el Primer Misterio de Gloria!:
“Si: ¡Cristo vive! Está en nosotros, portadores de gracia e inmortalidad. Si habéis encontrado, pues, a Cristo ¡vivid a Cristo! ¡vivid con Cristo! Y anunciadlo en primera persona, como auténticos testigos: para mi, la vida es Cristo”
Esa diferencia es pues, la más importante, la que nos permite decir que la nuestra es la verdadera Fe: porque Jesucristo es Dios y es hombre, que no miente respecto de sí mismo ni de las verdades últimas. Que estuvo entre nosotros, nos redimió de nuestros pecados, subió a los cielos, y nos espera allí, después de ayudarnos en la Tierra para llegar a El y ser felices, aquí y en la eternidad. Y como demostración definitiva de que es así, nos dijo antes de subir a los cielos: “Yo estaré entre vosotros hasta la consumación de los siglos”. Dos mil años después, ahí está su Iglesia, tal y como la fundara: la misma Fe, los mismos sacramentos y el mismo camino hacia el cielo. A pesar de los pesares, ninguna, ¡ninguna! organización humana ha sido capaz de sobrevivir como la Iglesia católica, lo que demuestra que no es humana, sino que está fundada en Cristo, que es verdadero Dios, además de ser verdadero hombre.
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Fe y Razón: las dos caras de una moneda
Miles de páginas se han escrito a lo largo de la historia bimilenaria de la Iglesia, explicando los fundamentos y argumentos de la Fe, desde la perspectiva de la razón. Una y otra vez se ha podido mostrar que esta Fe nuestra no está en contradicción con la razón humana, sino que la ilumina y le permite superar la limitación de la misma razón, que por ser humana es natural, siendo que la Fe es sobrenatural (está sobre la naturaleza). Nuestra Fe no es irracional. Pero como es sobrenatural, la razón no la explica, ni tampoco la contradice. Y desde luego, mediante la razón se puede fortalecer la Fe, en aquellos que necesitan de argumentos como principio operativo de su actuar en el mundo.
Ha sido ese mismo carácter sobrenatural el que han usado los enemigos de la Iglesia para atacarla y tacharla de “superstición” que no aguanta el rigor de la razón porque se basa en cosas que el ser humano no puede por sus propios medios conocer, para, desde ahí, imponerle su yugo obligándolo a aceptar lo que la razón no puede ver. Y sin embargo, San Agustín, otrora campeón de los “intelectuales” que atacaban a la Iglesia por la debilidad de sus argumentos, pudo constatar y escribir una vez convertido: “A quien cree en aquello que no ve, Dios le da la gracia de ver aquello en lo que cree”.
Mis reflexiones están encaminadas a seguir esa huella de quienes se esforzaron por mostrar que Fe y Razón son dos caras de la misma moneda. Sin embargo, esta exégesis solo ayuda a quienes tienen puesto su corazón en la fuente de la sabiduría, y están dispuestos a bajar las armas de sus razonamientos ante la verdad desnuda iluminada por la Fe. No es ese sin embargo el camino de la mayoría de quienes se han acercado al cristianismo y se han decidido seguirlo hasta las últimas consecuencias. Cristo no escribió un sesudo tratado teológico en su paso por la Tierra. No es por la cabeza por donde quiere convencernos, sino por el corazón. Más conversiones ha habido por la predicación de Cristo y sobre todo por su muerte en la cruz que por los escritos de los teólogos, que sin embargo tienen nuestro agradecimiento por querer ayudarnos a meter a Dios dentro de nuestros pobres límites humanos.
El más conocido y grande de todos ellos, Santo Tomás de Aquino, dejó inconclusa su obra más reputada – la Summa Theologica – cuando el Señor le mostró un poco de su gloria mientras celebraba la Eucaristía. Allí dejó de escribir, después de comentar a su desolado secretario: “todo lo que he escrito es paja y menos que paja al lado de lo que he visto”. San Pablo mismo, tal vez el primer campeón de la exégesis y la teología, brillante en su oratoria y en sus argumentaciones, nos escribe doce siglos antes: “ni ojo vio, ni oído oyó, ni pasó por mente humana alguna lo que Dios tiene preparado para los que lo aman”.
Así pues, todo lo que escribamos para alimentar nuestra razón es solo para decirle a esa razón que la Fe también usa la lógica como herramienta, y que la razón nunca puede ser obstáculo para la Fe, porque apunta esencialmente al alma, no al cerebro. Apunta al Amor. Cuando amamos con un amor humano a una criatura humana ¿acaso hacemos sesudas argumentaciones acerca de lo “racional” de nuestro sentimiento? ¡Que estúpidos somos! Sin embargo, “exigimos” que el Amor a Dios y de Dios esté pasado por todos los filtros de la lógica y la razón para darlo por auténtico. ¿y qué lógica puede haber en un Ser que tanto nos ama que muere en la cruz por nosotros?
Eso es lo que nos complica: que el Amor de Dios nos compromete, y no queremos compromisos. Entonces, recurrimos al absurdo e infantil recurso de “pedir pruebas”. Claro, si nos vamos a comprometer, queremos saber cual es el juego. Saber si es que nos estamos tirando a la piscina vacía o con agua. ¡que necios! Nuestro compromiso, al igual que frente a una criatura amada, es de amor, no de pensamiento. Amor que abarca todo, nos compromete a todo. Tal vez nuestra resistencia estriba en que se nos pide un amor total a un ser al que no podemos ver, que no podemos tocar, que no podemos escuchar. Y como somos seres corporales, necesitamos el consuelo de lo corporal.
Y es ahí donde viene San Agustín con su frase. El pasó por el proceso completo. Sabe de que se trata el juego. ¿quieres ver? ¿quieres oír? ¿quieres tocar? ¡Cree! Y Dios, que te creó con cuerpo y alma, te dará la gracia de que lo puedas ver, oír y tocar, aunque no sean experiencias sensitivas, sino espirituales.
¡Qué! ¿Desprecias las “experiencias espirituales” porque no son sensitivas? Entonces, ¿a qué juego quieres jugar? ¿al de los sentidos? Pero bien sabe Dios que ese juego es veleidoso, engañoso, fácil de caer en la mentira. ¡Los sentidos nos engañan tantas veces! ¡Y los sentimientos también! No fueron los sentidos ni los sentimientos los que hicieron exclamar a Santo Tomás de Aquino que todo valía paja y menos que paja al lado de lo que vio. ¿Qué crees, que Santo Tomás estaba desvariando? ¡Si es el mismo autor de la mayor obra teológica y filosófica de la literatura! Tampoco San Pablo estaba pensando en sentimientos ni sentidos cuando dijo su frase acerca de lo que Dios tiene preparado a los que le aman. Sin embargo, en ambos casos, hablan con términos sensibles. Hablan de ver, oír, pensar, sentir. Es que han cruzado la raya. Creyeron, y Dios les dio el don de ver, oír, pensar, sentir. Pero de una forma plena, muy por encima del normal ver, oír, pensar o sentir. Es que cuando es el espíritu el que da forma a las cosas, éstas adquieren otra forma, más plena, más grande, para la cual las solas palabras son un pobrísimo recurso de explicación.
Entonces, ¿cuál es el juego que quieres jugar? ¿qué tan grande es tu deseo de eternidad? Dios te lo dice: tu deseo de eternidad es... eterno. Aunque no lo sepas. Aunque no lo creas. Aunque no lo admitas. Otra vez San Agustín: “nos hiciste, Señor, para Ti, y nuestro corazón está inquieto hasta que descansa en Ti”. ¿ves? De nuevo lo sensible y lo sentimental (corazón, inquietud, descanso) son el fruto, y no el fin ni el medio, del Amor de Dios y del Amor a Dios. No buscan el sentimiento para sí, sino que lo encuentran a través de Dios. Mucho más entero, pleno, maduro. Lo encuentran como verdaderamente es, como ha sido querido por Dios. Y entonces, claro, los “sentimientos” y “sensibilidades” a lo humano son paja y menos que paja. No es que se hagan “malos” o “despreciables”. No es que los rechacemos porque nos creemos seres “puros”. Simplemente, no son competencia frente al Amor con mayúscula, que no excluye al amor “a lo humano”, más bien al contrario, lo incorpora al “Amor a lo divino”: la plenitud del Amor, que es la plenitud del hombre, hecho para amar y para encontrar la plenitud de la felicidad en el Amor. Y dime: ¿acaso en lo más profundo de tu ser no hay un anhelo inmenso por ser realmente feliz, y ese anhelo acaso no está insatisfecho? Piénsalo. Se franco contigo mismo. Y se consecuente con tus conclusiones. Si no, nunca serás feliz.
Dios nos invita por ello al Amor, con mayúscula. También nos da, para quienes lo necesitemos, la lógica, las argumentaciones, las razones. Pero al final del camino, está siempre el Amor, con mayúscula. Y una vez encontrado, esos “sentimientos” y “sensibilidades” humanas se divinizan, y amamos a los demás como Dios quiere que los amemos. Nuestros amores terrenos –que tanto tememos perder- adquieren una nueva dimensión. Ahora, verdaderamente son. Nos damos cuenta entonces que antes no los queríamos por sí mismos, sino por nosotros, por nuestra sensualidad, nuestro egoísmo, nuestros apegos. Incluso, el amor a la sabiduría, el amor al conocimiento del bien y del mal, el gusto por la lógica y la razón. No los buscábamos a ellos, sino a nosotros mismos, seres finitos que nunca podremos saciar la sed de infinito que llevamos dentro.
Como dice Santa Teresa: Quién a Dios tiene / Nada le falta / Solo Dios basta
Ha sido ese mismo carácter sobrenatural el que han usado los enemigos de la Iglesia para atacarla y tacharla de “superstición” que no aguanta el rigor de la razón porque se basa en cosas que el ser humano no puede por sus propios medios conocer, para, desde ahí, imponerle su yugo obligándolo a aceptar lo que la razón no puede ver. Y sin embargo, San Agustín, otrora campeón de los “intelectuales” que atacaban a la Iglesia por la debilidad de sus argumentos, pudo constatar y escribir una vez convertido: “A quien cree en aquello que no ve, Dios le da la gracia de ver aquello en lo que cree”.
Mis reflexiones están encaminadas a seguir esa huella de quienes se esforzaron por mostrar que Fe y Razón son dos caras de la misma moneda. Sin embargo, esta exégesis solo ayuda a quienes tienen puesto su corazón en la fuente de la sabiduría, y están dispuestos a bajar las armas de sus razonamientos ante la verdad desnuda iluminada por la Fe. No es ese sin embargo el camino de la mayoría de quienes se han acercado al cristianismo y se han decidido seguirlo hasta las últimas consecuencias. Cristo no escribió un sesudo tratado teológico en su paso por la Tierra. No es por la cabeza por donde quiere convencernos, sino por el corazón. Más conversiones ha habido por la predicación de Cristo y sobre todo por su muerte en la cruz que por los escritos de los teólogos, que sin embargo tienen nuestro agradecimiento por querer ayudarnos a meter a Dios dentro de nuestros pobres límites humanos.
El más conocido y grande de todos ellos, Santo Tomás de Aquino, dejó inconclusa su obra más reputada – la Summa Theologica – cuando el Señor le mostró un poco de su gloria mientras celebraba la Eucaristía. Allí dejó de escribir, después de comentar a su desolado secretario: “todo lo que he escrito es paja y menos que paja al lado de lo que he visto”. San Pablo mismo, tal vez el primer campeón de la exégesis y la teología, brillante en su oratoria y en sus argumentaciones, nos escribe doce siglos antes: “ni ojo vio, ni oído oyó, ni pasó por mente humana alguna lo que Dios tiene preparado para los que lo aman”.
Así pues, todo lo que escribamos para alimentar nuestra razón es solo para decirle a esa razón que la Fe también usa la lógica como herramienta, y que la razón nunca puede ser obstáculo para la Fe, porque apunta esencialmente al alma, no al cerebro. Apunta al Amor. Cuando amamos con un amor humano a una criatura humana ¿acaso hacemos sesudas argumentaciones acerca de lo “racional” de nuestro sentimiento? ¡Que estúpidos somos! Sin embargo, “exigimos” que el Amor a Dios y de Dios esté pasado por todos los filtros de la lógica y la razón para darlo por auténtico. ¿y qué lógica puede haber en un Ser que tanto nos ama que muere en la cruz por nosotros?
Eso es lo que nos complica: que el Amor de Dios nos compromete, y no queremos compromisos. Entonces, recurrimos al absurdo e infantil recurso de “pedir pruebas”. Claro, si nos vamos a comprometer, queremos saber cual es el juego. Saber si es que nos estamos tirando a la piscina vacía o con agua. ¡que necios! Nuestro compromiso, al igual que frente a una criatura amada, es de amor, no de pensamiento. Amor que abarca todo, nos compromete a todo. Tal vez nuestra resistencia estriba en que se nos pide un amor total a un ser al que no podemos ver, que no podemos tocar, que no podemos escuchar. Y como somos seres corporales, necesitamos el consuelo de lo corporal.
Y es ahí donde viene San Agustín con su frase. El pasó por el proceso completo. Sabe de que se trata el juego. ¿quieres ver? ¿quieres oír? ¿quieres tocar? ¡Cree! Y Dios, que te creó con cuerpo y alma, te dará la gracia de que lo puedas ver, oír y tocar, aunque no sean experiencias sensitivas, sino espirituales.
¡Qué! ¿Desprecias las “experiencias espirituales” porque no son sensitivas? Entonces, ¿a qué juego quieres jugar? ¿al de los sentidos? Pero bien sabe Dios que ese juego es veleidoso, engañoso, fácil de caer en la mentira. ¡Los sentidos nos engañan tantas veces! ¡Y los sentimientos también! No fueron los sentidos ni los sentimientos los que hicieron exclamar a Santo Tomás de Aquino que todo valía paja y menos que paja al lado de lo que vio. ¿Qué crees, que Santo Tomás estaba desvariando? ¡Si es el mismo autor de la mayor obra teológica y filosófica de la literatura! Tampoco San Pablo estaba pensando en sentimientos ni sentidos cuando dijo su frase acerca de lo que Dios tiene preparado a los que le aman. Sin embargo, en ambos casos, hablan con términos sensibles. Hablan de ver, oír, pensar, sentir. Es que han cruzado la raya. Creyeron, y Dios les dio el don de ver, oír, pensar, sentir. Pero de una forma plena, muy por encima del normal ver, oír, pensar o sentir. Es que cuando es el espíritu el que da forma a las cosas, éstas adquieren otra forma, más plena, más grande, para la cual las solas palabras son un pobrísimo recurso de explicación.
Entonces, ¿cuál es el juego que quieres jugar? ¿qué tan grande es tu deseo de eternidad? Dios te lo dice: tu deseo de eternidad es... eterno. Aunque no lo sepas. Aunque no lo creas. Aunque no lo admitas. Otra vez San Agustín: “nos hiciste, Señor, para Ti, y nuestro corazón está inquieto hasta que descansa en Ti”. ¿ves? De nuevo lo sensible y lo sentimental (corazón, inquietud, descanso) son el fruto, y no el fin ni el medio, del Amor de Dios y del Amor a Dios. No buscan el sentimiento para sí, sino que lo encuentran a través de Dios. Mucho más entero, pleno, maduro. Lo encuentran como verdaderamente es, como ha sido querido por Dios. Y entonces, claro, los “sentimientos” y “sensibilidades” a lo humano son paja y menos que paja. No es que se hagan “malos” o “despreciables”. No es que los rechacemos porque nos creemos seres “puros”. Simplemente, no son competencia frente al Amor con mayúscula, que no excluye al amor “a lo humano”, más bien al contrario, lo incorpora al “Amor a lo divino”: la plenitud del Amor, que es la plenitud del hombre, hecho para amar y para encontrar la plenitud de la felicidad en el Amor. Y dime: ¿acaso en lo más profundo de tu ser no hay un anhelo inmenso por ser realmente feliz, y ese anhelo acaso no está insatisfecho? Piénsalo. Se franco contigo mismo. Y se consecuente con tus conclusiones. Si no, nunca serás feliz.
Dios nos invita por ello al Amor, con mayúscula. También nos da, para quienes lo necesitemos, la lógica, las argumentaciones, las razones. Pero al final del camino, está siempre el Amor, con mayúscula. Y una vez encontrado, esos “sentimientos” y “sensibilidades” humanas se divinizan, y amamos a los demás como Dios quiere que los amemos. Nuestros amores terrenos –que tanto tememos perder- adquieren una nueva dimensión. Ahora, verdaderamente son. Nos damos cuenta entonces que antes no los queríamos por sí mismos, sino por nosotros, por nuestra sensualidad, nuestro egoísmo, nuestros apegos. Incluso, el amor a la sabiduría, el amor al conocimiento del bien y del mal, el gusto por la lógica y la razón. No los buscábamos a ellos, sino a nosotros mismos, seres finitos que nunca podremos saciar la sed de infinito que llevamos dentro.
Como dice Santa Teresa: Quién a Dios tiene / Nada le falta / Solo Dios basta
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Dios y la Informática
¿Qué es un programa? Un conjunto armónico de instrucciones que entiende un computador orientado a llevar a cabo tareas concretas de variada índole. ¿Qué es un sistema operativo? Un programa que hace que el computador funcione y ejecute otros programas.
Un programa es un ente inmaterial, pero no por ello menos real. No “está” sino “es”. Puede estar representado mediante símbolos o códigos de instrucciones, pero no “es” ese conjunto de códigos de instrucciones. Puede estar grabado en el disco duro de un computador, pero el disco duro es solo el medio donde el programa reside y hace de programa.
¿Por qué tanta dificultad entonces para comprender el mundo del espìritu por encima del mundo de la materia? ¿Qué es el alma? Un conjunto de “programas” que Dios pone en nuestro sistema “material”, hecho de cuerpo, intelecto, emociones, y voluntad. Tenemos un “sistema operativo” aunque lo ignoremos, cuyo “código” es todo lo que se llama en teología derecho divino-positivo. La diferencia es que dentro de nuestro set de programas, podemos actuar a favor o en contra de nuestro “sistema operativo” Y cuando actuamos en contra, no hay físicamente – salvo contadas excepciones, como el caso de un suicidio – un efecto colateral inmediato en nuestro “sistema”. No pasa nada especial. El sistema operativo si entrega una alerta, pero estamos diseñados con libre voluntad de adhesión (algo que no es reproducible en las máquinas) por lo cual podemos o no realizar la “operación” propuesta por el “programa”, aunque las consecuencias de esa acción sean nocivas intangiblemente para todo el sistema.
Sí, los humanos también estamos expuestos al ataques de ”virus informáticos” creados por “los hackers” del alma: el demonio, el mundo y la carne. Debemos por ello reconocer y conocer a quien diseñó nuestro sistema operativo: solo en unión con El podremos mantenernos acordes y en sintonía para lo que fuimos “programados”. La grandeza de nuestra condición es sin embargo que no somos computadores, sino seres con inteligencia y voluntad: una suerte de sistema inteligente, pero que lleva impreso en su sistema operativo los conceptos de “bien” y “mal” (totalmente indistinto en un computador) para el buen funcionamiento del sistema, y que nos permite adherir o rechazar dicho “bien” o “mal” libremente (otra característica que no tiene un computador)
Sí, hasta la computación me lleva a la existencia de Dios, del alma, de la Salvación, del demonio. Y a comprender porqué, cuando “ejecutamos programas” en contra de lo que nos dice nuestro “sistema operativo” imperceptiblemente – cual caballo de troya informático – estamos destruyéndonos. Y si no leemos el Manual – escrito en “el Libro” y en la tradición de la Iglesia – difícilmente le apuntaremos a como usar los programas...
El sistema operativo maneja varios programas importantes para cuando se “bootea” el sistema. Uno es la conciencia, que nos alerta sobre la moralidad de las cosas. Otro es el programa de “ciencia”, que nos permite dilucidar las cosas que van en beneficio de nuestra alma (el “sistema”). Otro programa es el de “Consejo”, que nos alerta acerca de que los medios que usamos estén alineados con los fines del sistema. Otro programa es el “Temor de Dios”, que no consiste en “tenerle miedo”, sino en tener pesar por ofenderle, y buscar vivir rectamente según sus designios. Otro programa es el de “Fortaleza” que nos permite mantener “el sistema operativo funcionando” frente a programas nocivos e invasores, como pueden ser “tentaciones”, “ira”, “desánimo”, “angustia”, etc.
Todo es inmaterial, y sin embargo, todo es esencial para que funcione correctamente esta máquina llamada “ser humano” al que Dios hizo con mucho amor y destinó a la felicidad, siempre que acepte las “reglas de programación”. Y al igual que sucede en programación, cuando uno no sigue las reglas de programación, el perjudicado es el programa, que no funciona.
Hay más “virus”, “gusanos” y “caballos de Troya”. Por ejemplo, un gusano típico es el “que dirán”, que nos hace tener miedo de ser, mostrarnos y confesarnos como cristianos, porque “no está de moda” o es visto como una “falta de respeto por quienes no son cristianos” (¿?) etc. Un virus muy dañino es el “superficialidad” que se mete en la conciencia poco a poco, y va infectando todos los programas del sistema, anulándolos y reemplazándolos por el mismo virus, que engaña al sistema haciéndole creer que siguen estando los programas originales, tomando control de los demás programas y haciendo del sistema un sistema vacío... acaba “formateando el disco duro”. Nos hace insensibles a las cosas de Dios, que nos parecen lejanas o arcaicas, propias de tiempos superados.
El peor caballo de Troya es el “orgullo”. Está allí, latente, sin que te des cuenta, pero en el momento en que fue programado para hacer daño, toma el control total del “sistema operativo” y se pone el mismo como sistema operativo. A partir de allí, destruye los programas que estaban en el disco duro, y los va reemplazando por sus “programas Némesis”. Al programa “generosidad” lo transforma en “egoísmo”; al programa “mansedumbre” lo convierte en “arrogancia”, al programa “humildad” lo cambia por “vanidad”, y así sucesivamente. El resultado es un sistema inestable, centrado en sí mismo, que en cualquier momento deja totalmente inoperante el sistema operativo. Rara vez tiene arreglo, en la medida que su ataque es creciente y total.
En fin, a través de la computación soy capaz de “ver” lo material de lo inmaterial, los efectos que sobre mi persona tiene lo que haga en mi conciencia cuando voy en contra de ella. Hay quienes lo toman a broma y dicen “¿Conciencia? No se lo que es porque nunca he tenido una”
Detrás de la superficialidad a la que nos lleva la sociedad contemporánea hay un claro camino de autodestrucción, en la cual la persona pierde los referentes objetivos y los reemplaza por auto referencias, que limitan y asfixian la conciencia, para hacer realidad lo que decía San Agustín: “el que no vive como piensa, acaba pensando como vive”, que es tanto como vivir de la mentira. Uno se va haciendo “teorías de pensamiento” que hagan que lo que hacemos aparezca como lo más lógico y natural, con lo cual cada vez se enreda más nuestra filosofía de la vida. De allí sale la infelicidad, ya que vamos en contra de la razón misma de nuestra existencia. “Nos creaste Señor para Ti, y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en Ti”[1]. Otra frase famosa de San Agustín, para reflexionar a menudo. Él nos construyó y puso el “sistema operativo” dentro de nosotros, que busca la felicidad. Nos engañamos cuando la buscamos fuera de Él. El mismo San Agustín resumía su vida: “¡Tarde te amé, Belleza, tan antigua y tan nueva, tarde te amé!. Te buscaba fuera y estabas dentro[2]”...
[1] San Agustín, Confesiones, cap. 1
[2] Op cit
Un programa es un ente inmaterial, pero no por ello menos real. No “está” sino “es”. Puede estar representado mediante símbolos o códigos de instrucciones, pero no “es” ese conjunto de códigos de instrucciones. Puede estar grabado en el disco duro de un computador, pero el disco duro es solo el medio donde el programa reside y hace de programa.
¿Por qué tanta dificultad entonces para comprender el mundo del espìritu por encima del mundo de la materia? ¿Qué es el alma? Un conjunto de “programas” que Dios pone en nuestro sistema “material”, hecho de cuerpo, intelecto, emociones, y voluntad. Tenemos un “sistema operativo” aunque lo ignoremos, cuyo “código” es todo lo que se llama en teología derecho divino-positivo. La diferencia es que dentro de nuestro set de programas, podemos actuar a favor o en contra de nuestro “sistema operativo” Y cuando actuamos en contra, no hay físicamente – salvo contadas excepciones, como el caso de un suicidio – un efecto colateral inmediato en nuestro “sistema”. No pasa nada especial. El sistema operativo si entrega una alerta, pero estamos diseñados con libre voluntad de adhesión (algo que no es reproducible en las máquinas) por lo cual podemos o no realizar la “operación” propuesta por el “programa”, aunque las consecuencias de esa acción sean nocivas intangiblemente para todo el sistema.
Sí, los humanos también estamos expuestos al ataques de ”virus informáticos” creados por “los hackers” del alma: el demonio, el mundo y la carne. Debemos por ello reconocer y conocer a quien diseñó nuestro sistema operativo: solo en unión con El podremos mantenernos acordes y en sintonía para lo que fuimos “programados”. La grandeza de nuestra condición es sin embargo que no somos computadores, sino seres con inteligencia y voluntad: una suerte de sistema inteligente, pero que lleva impreso en su sistema operativo los conceptos de “bien” y “mal” (totalmente indistinto en un computador) para el buen funcionamiento del sistema, y que nos permite adherir o rechazar dicho “bien” o “mal” libremente (otra característica que no tiene un computador)
Sí, hasta la computación me lleva a la existencia de Dios, del alma, de la Salvación, del demonio. Y a comprender porqué, cuando “ejecutamos programas” en contra de lo que nos dice nuestro “sistema operativo” imperceptiblemente – cual caballo de troya informático – estamos destruyéndonos. Y si no leemos el Manual – escrito en “el Libro” y en la tradición de la Iglesia – difícilmente le apuntaremos a como usar los programas...
El sistema operativo maneja varios programas importantes para cuando se “bootea” el sistema. Uno es la conciencia, que nos alerta sobre la moralidad de las cosas. Otro es el programa de “ciencia”, que nos permite dilucidar las cosas que van en beneficio de nuestra alma (el “sistema”). Otro programa es el de “Consejo”, que nos alerta acerca de que los medios que usamos estén alineados con los fines del sistema. Otro programa es el “Temor de Dios”, que no consiste en “tenerle miedo”, sino en tener pesar por ofenderle, y buscar vivir rectamente según sus designios. Otro programa es el de “Fortaleza” que nos permite mantener “el sistema operativo funcionando” frente a programas nocivos e invasores, como pueden ser “tentaciones”, “ira”, “desánimo”, “angustia”, etc.
Todo es inmaterial, y sin embargo, todo es esencial para que funcione correctamente esta máquina llamada “ser humano” al que Dios hizo con mucho amor y destinó a la felicidad, siempre que acepte las “reglas de programación”. Y al igual que sucede en programación, cuando uno no sigue las reglas de programación, el perjudicado es el programa, que no funciona.
Hay más “virus”, “gusanos” y “caballos de Troya”. Por ejemplo, un gusano típico es el “que dirán”, que nos hace tener miedo de ser, mostrarnos y confesarnos como cristianos, porque “no está de moda” o es visto como una “falta de respeto por quienes no son cristianos” (¿?) etc. Un virus muy dañino es el “superficialidad” que se mete en la conciencia poco a poco, y va infectando todos los programas del sistema, anulándolos y reemplazándolos por el mismo virus, que engaña al sistema haciéndole creer que siguen estando los programas originales, tomando control de los demás programas y haciendo del sistema un sistema vacío... acaba “formateando el disco duro”. Nos hace insensibles a las cosas de Dios, que nos parecen lejanas o arcaicas, propias de tiempos superados.
El peor caballo de Troya es el “orgullo”. Está allí, latente, sin que te des cuenta, pero en el momento en que fue programado para hacer daño, toma el control total del “sistema operativo” y se pone el mismo como sistema operativo. A partir de allí, destruye los programas que estaban en el disco duro, y los va reemplazando por sus “programas Némesis”. Al programa “generosidad” lo transforma en “egoísmo”; al programa “mansedumbre” lo convierte en “arrogancia”, al programa “humildad” lo cambia por “vanidad”, y así sucesivamente. El resultado es un sistema inestable, centrado en sí mismo, que en cualquier momento deja totalmente inoperante el sistema operativo. Rara vez tiene arreglo, en la medida que su ataque es creciente y total.
En fin, a través de la computación soy capaz de “ver” lo material de lo inmaterial, los efectos que sobre mi persona tiene lo que haga en mi conciencia cuando voy en contra de ella. Hay quienes lo toman a broma y dicen “¿Conciencia? No se lo que es porque nunca he tenido una”
Detrás de la superficialidad a la que nos lleva la sociedad contemporánea hay un claro camino de autodestrucción, en la cual la persona pierde los referentes objetivos y los reemplaza por auto referencias, que limitan y asfixian la conciencia, para hacer realidad lo que decía San Agustín: “el que no vive como piensa, acaba pensando como vive”, que es tanto como vivir de la mentira. Uno se va haciendo “teorías de pensamiento” que hagan que lo que hacemos aparezca como lo más lógico y natural, con lo cual cada vez se enreda más nuestra filosofía de la vida. De allí sale la infelicidad, ya que vamos en contra de la razón misma de nuestra existencia. “Nos creaste Señor para Ti, y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en Ti”[1]. Otra frase famosa de San Agustín, para reflexionar a menudo. Él nos construyó y puso el “sistema operativo” dentro de nosotros, que busca la felicidad. Nos engañamos cuando la buscamos fuera de Él. El mismo San Agustín resumía su vida: “¡Tarde te amé, Belleza, tan antigua y tan nueva, tarde te amé!. Te buscaba fuera y estabas dentro[2]”...
[1] San Agustín, Confesiones, cap. 1
[2] Op cit
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Esperanza
Dentro de la preparación de la Iglesia Católica para el tercer milenio, el Papa Juan Pablo II dedicó el año 1998 al Espíritu Santo, ese "Gran Desconocido", en palabras del Beato Josemaría Escrivá.
Dentro de las sugerencias para profundizar en nuestro conocimiento del Espíritu Santo, estuvo la de conocer mejor la virtud teologal de la Esperanza, que está muy ligada a la Tercera Persona de la Santísima Trinidad.
Fue el mismo Papa, por otro lado, quien habló de un "renacer espiritual en el mundo", de una "primavera espiritual" que se espera y que ya está aquí. Fue el mismo Papa quién desde el principio de su Pontificado lanzó al mundo cristiano el desafío de "recristianizar" la Sociedad occidental, que nació y se desarrolló con el cristianismo. Ya en 1982, desde Santiago de Compostela, en su discurso a Europa, le recordaba esas raíces cristianas: "¡Sé tú misma!". Su última amargura fue que los Gobiernos europeos quitaran cualquier referencia al cristianismo, cómo si con no mencionarlo pudieran borrar de un plumazo la verdad histórica que muestra que Europa, como la conocemos hasta hoy, salió de la lucha de las naciones cristianas contra las naciones paganas, a las que convirtió y que luego fundaron los países que hoy conocemos.
Puede parecer tal vez demasiado "apresurado" hablar de primavera espiritual en una Sociedad que se supone cristiana - y que ya ni se reconoce a sí misma como tal. ¿Lo dijo Juan Pablo II como una forma de estimular ese cambio, como para ilusionarnos con que los resultados ya están a la vista? ¿O es una fue una forma de alentar en nosotros la virtud de la esperanza? ¡Tal vez sí es cierto, y no vemos en medio de la vorágine de cada día, que hay un renacer espiritual! ¿O es una opinión subjetiva?
Sabemos, como cristianos - o deberíamos saberlo - que Dios no pierde batallas. Que la Iglesia prevalecerá porque su Fundador - Dios mismo, hecho Hombre - así lo prometió, y su palabra se cumplirá hasta la última coma. Sabemos además - porque tenemos el testimonio contundente de la Historia - que la Iglesia siempre ha salido adelante y ha superado los peligros exteriores - persecuciones, prohibiciones, guerras de religión - e interiores - cismas, herejías, cristianos que no merecían llevar ese apelativo, incluso pertenecientes a la más alta Jerarquía de la Iglesia. Ninguna Organización sobre la Tierra ha subsistido como lo ha hecho la Iglesia Católica. Louis de Wohl, en su libro "Fundada sobre Roca" comenta que "en la historia de la Iglesia se ha repetido muchas veces (que) cuando el enemigo está a punto de triunfar - o cree que ha triunfado ya - el maltrecho Cuerpo Místico de Cristo recobra vida nueva y la barca de Pedro, superada la tempestad, prosigue su periplo[1].
¿Entonces?
Un Panorama "malo" - lo que se ve
Todos los países del mundo Occidental cristiano tienen leyes del divorcio y la gran mayoría han legalizado el crimen del inocente, que es el aborto. Las enseñanzas de la Iglesia sobre moral - sobre todo, moral sexual - son ampliamente contestadas o rechazadas por los que se dicen católicos.
Tan solo un magro 10% a un 15% de la población que se dice católica asiste regularmente a Misa los Domingos. La edad media de los sacerdotes es superior a los 40 años. No hay suficientes para atender ni siquiera a los pocos que van a Misa.
Los teólogos contrarios al Magisterio de la Iglesia tienen amplia publicidad, mientras se acusa de "integristas" o desactualizados a quienes defienden la ortodoxia de la Fe –como le pasó al actual Papa, Benedicto XVI.
Se habla de una secularización de la Sociedad, que da la espalda a Dios y quiere construir a espaldas suyas un "paraíso terrenal". Incluso en los ex países marxistas, donde el cristianismo fue perseguido y constituyó un baluarte de los derechos de los hombres y de su lucha por la libertad, una vez conseguida ésta han adoptado el mismo modelo de Sociedad que el de quienes sólo piensan en la acumulación de riquezas y sacar el máximo de los placeres que la vida ofrece, sin ningún marco de referencia, sin ningún freno más que el de conseguir la propia satisfacción. Reina el egoísmo y el hedonismo, y los hombres sólo aspiran a "hacer lo que les da la gana", o "ganar plata".
El cristiano "de a pie" apenas conoce el Padrenuestro y algunas oraciones, y cree que la religión consiste en escoger, del Magisterio de la Iglesia, aquello que más le conviene y le gusta, y rechazar el resto.
Hasta el lenguaje ha sentido el efecto de este ataque. Se cambia el significado de las palabras para que aparezcan como "éticamente correctas" o "políticamente correctas". La misma frase "políticamente correcto" introduce un factor subjetivo a lo correcto, entronizando el concepto que lo correcto es "relativo". Otras muchas frases, al menos tan cínicas, como "interrupción voluntaria del embarazo" en vez de aborto, "compañero sentimental" en vez de amante, "género" en vez de sexo (en el sentido de masculino o femenino) ganan terreno. Los homosexuales exigen el derecho a vivir como tales con la aceptación y el apoyo del resto de la sociedad, sin ninguna diferencia que los matrimonio heterosexuales, y quieren poder adoptar niños que vivan como ellos, sin preguntarles si les interesa.
Quien más quien menos, todos se sienten con el derecho a "ser uno mismo", y hacer lo que le viene en gana. En teoría, el límite de la libertad de uno termina donde comienza la libertad del otro, pero quienes eso sostienen, en realidad buscan cercenar la libertad de los otros para que les dejen hacer lo que quieren ("respeten mi libertad").
Y un buen cristiano podría preguntarse: si la llamada civilización cristiana está tan mal, ¿qué hace Dios que no interviene? ¿Cómo es posible que deje que países enteros mueran en cruentas guerras, o de hambre, debido al egoísmo de otros países más ricos que encima se suponen civilizados y cristianos? ¿No nos dicen que Dios no pierde batallas?
Aparte de que si muere gente es por el egoísmo de los hombres, y la culpa es de los hombres y no de Dios, Dios sí que está haciendo, y mucho. No pierde batallas. Nunca lo ha hecho.
Antes de ver qué está pasando en realidad, y por qué el Papa habla de "primavera espiritual", conviene un pequeño repaso a la historia de la Iglesia, para que no nos dejemos abrumar por lo "tremendo" que nos parece lo que vemos.
No pasaron ni 200 años desde la muerte y Resurrección de Nuestro Señor Jesucristo, y ya habían "contestatarios" dentro de la Iglesia, que encima, tenía que llevar a cabo su misión en un mundo paganizado - donde el divorcio, el aborto, el adulterio, la homosexualidad, las estafas, el afán de riquezas, las guerras injustas, o la esclavitud eran moneda de cada día - y donde además eran perseguidos hasta la muerte. Gracias a Dios, cada vez hay menos personas en el mundo a las que se les lleva hasta el martirio por su Fe en Cristo, pero sigue habiendo. Y sin embargo, a pesar de todo, cuando se dictó el Edicto de Milán en el que se toleraba completamente a la Religión cristiana (año 313) ya casi la mitad de Roma era cristiana.
A escasos 100 años de que el Cristianismo fuese declarado Religión oficial del Imperio, caía el mismo Imperio y el Papa debía enfrentar peligros exteriores e interiores otra vez. Invasores de Italia arrianos, Papas desterrados y enviados a morir de hambre, sacerdotes corruptos. Pero surgieron las órdenes de clausura, y San Benito puso los cimientos de verdaderas Ciudadelas de Dios, que apuntalaron la civilización cristiana cuando todo alrededor parecía que se venía abajo.
Y cuando a finales del primer milenio Roma estaba prisionera de unas cuentas familias que ponían y deponían Papas a su antojo, el Papado pudo liberarse de ellos y devolver la cristiandad hacia un gran desarrollo, que dejó entre otros frutos la Universidad como institución de búsqueda de la verdad. Y aunque volvieron a haber Emperadores "cristianos" que se dedicaron a combatir a los Papas, no prevalecieron.
La Iglesia durante toda su historia a sido perseguida desde dentro y desde fuera por enemigos implacables. Nunca ha sido vencida. Y el depósito de su Fe nunca ha sido cambiado, ni por Papas impuestos ni por Emperadores o Reyes que han querido intervenir, ni a pesar de los muchos cismas - que hasta hoy perduran. En todas las épocas desde que fue fundada, se ha dado a la Iglesia como "terminada", "anticuada", "caduca", "en las últimas". Pero siempre ha seguido adelante, porque se basa, no en los Hombres, sino en su Fundador, quien dijo "los poderes del infierno no prevalecerán contra ella" y "Yo estaré con vosotros hasta la consumación de los tiempos".
Con todos estos "antecedentes" ¿cómo no estar confiados que la Iglesia volverá a triunfar?. Motivo de esperanza, porque el Espíritu Santo la asiste siempre...
Un Panorama bueno - lo que no se ve
Si bien hubo tiempos en la Historia de la Iglesia en los que la jerarquía no estaba a la altura pero el pueblo seguía siendo creyente, también ha habido épocas en los que el pueblo no ha sido creyente pero la jerarquía ha sido excepcionalmente buena. El Siglo XX ha sido uno de estos últimos. Basta leer la nómina de los Papas de este siglo: San Pío X, Benedicto XV, Pío XI, Pío XII, Juan XXIII (en proceso de canonización), Pablo VI (también en proceso de canonización), Juan Pablo I, Juan Pablo II, y ahora, Benedicto XVI.
El papado ha conseguido en este Siglo "desacralizador" un prestigio a la altura de los mejores momentos de su historia. Stalin preguntó con sarcasmo cuántas divisiones tenía el Papa, cuando sus aliados en la Segunda Guerra Mundial le comentaron que sería necesario contar con la opinión del Papa. En ese momento, el papado ya no tenía más estructura temporal que la pequeña Ciudad del Vaticano, el Estado más pequeño del mundo. Sin embargo, la opinión del Papa era importante para las potencias ganadoras de la Guerra. Los Secretarios Generales del Partido Comunista Soviético ni existen, y son recordados con vergüenza hasta por sus antiguos partidarios de Occidente. El papado sigue, incólume, fuerte, prestigiado aún entre quienes no profesan la misma Fe.
Esto tal vez se ha visto con mayor contundencia en el reinado de Juan Pablo II, el Papa que más viajes pastorales ha hecho de toda la historia de la Iglesia. Millones acudieron a escucharle, y no les decía precisamente que viviesen su vida como les pareciera. Les exhortaba a vivir cristianamente, a vivir la castidad, la caridad con los más necesitados, el amor a Dios y al prójimo concreto (no en abstracto). Sobre todo exigía a los jóvenes. Y a pesar de su discurso “políticamente incorrecto”, durante los 27 años de su pontificado, el fenómeno de masas que seguía al Papa - a pesar de su cojera o de su mano temblorosa – fue siempre el mismo. No iba menos gente, sino cada vez más. En 1982, en Madrid, se calculó en 2 millones las personas que asistieron a la Misa para las familias. En 1996, en Manila, se calculó que fueron 4 millones los que asistieron a la Misa para las familias. Cifras dadas por las autoridades civiles, no las eclesiásticas. Juan Pablo II ha sido visto por cientos de millones de personas en su papado. A todas les habló de lo mismo. A todas les exigió que vivieran su Fe íntegramente. No todos le hicieron caso. Pero todos le respetaron como el mayor líder del mundo contemporáneo. Ningún líder de ningún país consiguió la audiencia que tuvo Juan Pablo II, incluso hasta en su muerte y exequias.
¿Qué los creyentes ya no creen? Dios ha respondido, pero a su manera. El siglo XX ha visto un espectacular desarrollo de los apostolados laicos, desde los incardinados en la jerarquía secular como Acción Católica a los múltiples movimientos apostólicos laicos como la Prelatura del Opus Dei, los Legionarios de Cristo Rey, el movimiento apostólico de Schönstadt, Comunión y Fe, y un largo etcétera. Todos o casi todos ellos, además son ecuménicos - es decir, abiertos a los no católicos e incluso a los no cristianos. Los laicos están participando mucho más en la Iglesia que nunca en la historia. Sin ir más lejos, miles de fieles laicos participaron activamente en las sesiones preparatorias del Sínodo de Obispos de la Archidiócesis de Santiago de Chile en 1997, que quería recoger el sentir y las sugerencias de los laicos, en una muestra clara de que "Iglesia somos todos" (no solo los curas).
Lo maravilloso es que toda esta gente busca la santidad en medio del mundo. Mensaje que Dios hiciera ver a San Josemaría Escrivá de Balaguer en 1928, y que desde el Concilio Vaticano II ya se ha incorporado a la doctrina de la Iglesia. No se trata por lo tanto de "asociaciones de fieles que se juntan para rezar", aunque lo hagan. Va mucho más lejos: un compromiso personal y radical de luchar con todas las fuerzas para alcanzar la santidad, ser amigos de Dios. Pareciese como si Dios, que sabe lo que va a pasar, antes de que sucediera la ola de secularización, inspiró a sus Siervos para que impulsaran esta importantísima labor que pone a los laicos - los mismos que deben enfrentar la secularización - en la primera línea de batalla. Una batalla que se va ganando, al paso de Dios.
¿Hay pocos sacerdotes? Si, pero el fenómeno de "seminarios vacíos" se ha revertido - aunque falte para llenarlos, e incluso se deban hacer más seminarios para atender las necesidades crecientes de la población también creciente.
¿El aborto y el divorcio son ya parte común de los "civilizados"? Si, pero en las últimas reuniones sobre la familia (El Cairo, Beijing) la Iglesia logró que algunas de sus propuestas en temas de suma importancia para el futuro de la familia fueran aprobadas - contra todo pronóstico, al tener en contra a los poderosos de la Tierra. Y en el país donde se originó esta cultura del “amor libre” son cada día más fuertes los que se denominan ahora “mayoría moral”, que están en contra del aborto, del matrimonio entre homosexuales, etc. Miss USA 2003 tenía a gran honra confesar que era virgen. La revista Newsweek donde salía dicho artículo comentaba que hay una nueva tendencia en Estados Unidos, que ha tomado fuerza, alentada desde la Casa Blanca, de una “nueva moralidad”, que no es sino volver a la moralidad de siempre.
¿Un porcentaje muy bajo de fieles van a Misa los Domingos? Sí, pero el porcentaje crece regularmente, hasta el punto que se hace necesario en muchas partes la construcción de nuevas iglesias, que quedan copadas casi de inmediato. Además, ha subido enormemente la asistencia a Misa en días ordinarios (basta ir a Misa en la semana a cualquier iglesia, y se nota que ya no son "las cuatro viejecitas de siempre"). Además, hay un salto grande de calidad en las Misas, con una participación creciente de los fieles, un mayor recogimiento y concentración de la gente, que está ávida de la Palabra de Dios.
¿Qué ya no se lee la Biblia ni escritos religiosos? No es cierto. El último catecismo de la Iglesia Católica fue un Best Seller total, en todo el mundo y en todas las lenguas. Crecientemente hay libros de espiritualidad cuyas sucesivas ediciones se agotan en pocos meses, y la Biblia se sigue vendiendo y sigue siendo un Best Seller mundial. Sigue siendo el libro más leído y comprado del mundo, y del que se han hecho más ediciones en la historia de la imprenta. Lo que pasa es que está "fuera del circuito" de medición.
Todas estas noticias también llegaban al Papa Juan Pablo II, quién, llevaba el "pulso" de la espiritualidad del mundo de primera mano. Por lo tanto, no es aventurado ni precipitado hablar de una primavera espiritual, y avivar nuestra esperanza. "Levantad vuestros rostros, se acerca la liberación, ya llega vuestro Dios". Esto se ha cumplido siempre, en todas las épocas de la historia, en ese continuo flujo y reflujo en el que, al fin de cuentas, se enfrenta el bien con el mal. Dios no se ha olvidado de nosotros, y sigue su Plan de Salvación, inmutable. Quienes se esfuerzan por amarle están en el lado ganador, conquistando el mundo para Él. Quienes se esfuerzan por vivir a sus espaldas, ignorarlo o combatirlo abiertamente, terminarán como han terminado todos quienes así han actuado a lo largo de los 2.000 años de Historia de la Iglesia. Así con el nazismo. Así con el Comunismo. Y así será con el “secularismo”, el “hedonismo” y de “materialismo”.
Cristo verdaderamente es la piedra angular, y todos cuantos caen sobre esa piedra para romperla son destruidos, y todos sobre quienes cae esa piedra son aplastados. Ha habido cientos de regimenes políticos, desde que surgió el cristianismo, que han fomentado un laicismo militante, cuando no una abierta persecución de la Iglesia. Uno tras otro, dichos regímenes han caído. ¡Todos! Y La Iglesia sigue adelante, según la fundó Jesucristo, contra viento y marea, contra acusaciones más o menos tendenciosas, contra persecuciones abiertas o encubiertas... Ninguna organización de origen humano ha sido capaz de sobrevivir a los embates que le ha tocado vivir a la Iglesia Católica. Incluso Imperios que se consideraban invencibles y eternos han caído. La Iglesia sigue en pie, porque no es de origen humano, porque fue fundada por Cristo, Hijo de Dios, y en El sigue existiendo. Su prestigio sigue en crecimiento, por más que haya quienes la atacan precisamente porque cumple el rol de anunciar lo que aprendió del Maestro, y que ellos no quieren oír.
El Dios de nuestra esperanza
Queda claro, por lo tanto, que podemos esperar con confianza y firmeza que, pase lo que pase, el ganador será siempre Dios, en toda época y en todo momento. No es que Dios vaya a ganar la guerra pero pierda batallas: siempre gana las batallas. Todas. Nos puede parecer que no es así, pero es porque no tenemos la perspectiva de Dios. Vemos las cosas dentro de nuestro muy limitado rango de visión, influenciado por la época en que nos toca vivir, el entorno en el cual nos movemos, nuestra capacidad de entendimiento.
Dios está siempre ahí, con lo brazos abiertos a quien verdaderamente le busca, para entregarle el ciento por uno en esta vida y la felicidad eterna después. Ciento por uno que no es monetario, ni en bienes, ni en fama, ni en poder, sino en algo mucho más importante: en felicidad, que nada ni nadie puede arrebatar. Al ser felices por estar junto a Dios, irradiamos felicidad a nuestro alrededor y atraemos a más gente a El. Si los casi mil millones de católicos en el mundo dieran un testimonio real con su vida de su felicidad y alegría, de su paz por estar en paz con Dios, este mundo hace rato sería otro.
El Dios de nuestra esperanza, El mismo, nos lleva de la mano, nos inspira a través de su Espíritu que saca de nosotros emociones inenarrables, que nos hacen decir ¡Abbá! (término hebreo que literalmente quiere decir “Papito”) y nos llena de alegría, de felicidad, de paz. Hay infinitamente más felicidad, alegría y calidad de vida entre quienes se esfuerzan por conocer y amar a Dios que entre quienes se esfuerzan por poseer bienes, prestigio, poder, influencia sobre los demás. Al centrarse en sí mismos, surgen las envidias, las frustraciones, las decepciones, las calumnias, la rabia, el odio. Si hicieran caso a lo que el Espíritu Santo les inspira – para lo cual se requiere perseverancia en la oración, la penitencia y los sacramentos – serían felices, y verían toda esa agitación del mundo por tener más y ser alguien poderoso como lo que es: una estupidez. Entendería que realmente la sabiduría de los hombres es necedad para Dios y la fortaleza que creen tener realmente es debilidad. Que somos sabios y fuertes solo en la medida en que vivimos para El.
Poner en Dios nuestra esperanza, abandonarnos de verdad en El es lo único que nos da verdadera paz, porque sabemos que pase lo que pase, es El quien tiene “el control de todo” y que como nos ama infinitamente – hasta el punto de hacer morir cruelmente a su Hijo para salvarnos – hace lo que más nos conviene. Dios hace concurrir las cosas para el bien de los que le aman[2]. Sufrimos, pero somos felices, porque confiamos en quien creó el Universo y cuanto lo contiene.
Dios tiene en sus manos nuestra vida, y no quiere nuestro mal. Debemos esperar, contra toda esperanza, contra toda convicción impuesta por la realidad que vemos, que Dios va a hacer concurrir las cosas para nuestro bien, que tal vez no comprendamos, pero que es nuestro bien. Y eso lo hacemos siendo almas de oración, de penitencia y de sacramentos, para dejar al Espíritu Santo que “haga su pega”. Entonces, todo se ve más fácil, y nuestras angustias se transforman en alegrías, nuestras dudas en certezas, nuestros miedos en tranquilidad.
La esperanza de nuestro Dios
Hay otro aspecto, sin embargo, que nos debe llenar de alegría y a la vez sobrecogernos: Dios cuenta con nosotros para llevar a cabo su Plan de Salvación. En cierto modo, también nosotros somos "la esperanza de Dios". Siempre ha contado con nosotros, a pesar de los pesares: nuestras debilidades, nuestras pequeñas o grandes traiciones, nuestras escasas luces... El se ha servido de personas excepcionales y brillantes, como un Santo Tomás de Aquino, con la misma proyección que de personas simples, como los pastores de Fátima, o el Santo cura de Ars. Con personas poderosas, como San Luis IX, Rey de Francia o con personas muy humildes, como Santa Martín de Porres.
Qué alegría saber que da igual quién soy, cuales son mis limitaciones, cual mi puesto en el mundo, porque Dios es quien pone el incremento. Y que ese incremento solo depende de mi respuesta a su llamado, no de los medios con que cuento, ni de la inteligencia que poseo, ni de la posición que ocupo en la sociedad. El elige libremente, porque nos conoce más que nosotros mismos nos podemos conocer, ya que el nos creó, uno a uno. Y nos pone frente a situaciones ordinarias de la vida para que le busquemos, le encontremos, y junto con El, elevemos todas las cosas para su redención, que es tanto como decir para que sean lo que fueron llamados a ser.
Que alegría saber que cuenta conmigo. Es una frase para paladearla: ¡Dios cuenta conmigo! ¿Cómo me sentiría de orgulloso si un gran líder de nivel mundial se dirigiera a mí, y me dijera que debo hacer esto o aquello y que cuenta conmigo? Pues mucho más es que sea Dios mismo quien cuenta conmigo. Por eso, porque cuenta conmigo, tengo que poner todo el empeño en saber qué es lo que quiere, y dejar que el Espíritu Santo “tome el control” de mi vida.
[1] Fundada sobre Roca - Louis de Wohl . Arcaduz. Capítulo IX[2] Ro VIII, 28
Dentro de las sugerencias para profundizar en nuestro conocimiento del Espíritu Santo, estuvo la de conocer mejor la virtud teologal de la Esperanza, que está muy ligada a la Tercera Persona de la Santísima Trinidad.
Fue el mismo Papa, por otro lado, quien habló de un "renacer espiritual en el mundo", de una "primavera espiritual" que se espera y que ya está aquí. Fue el mismo Papa quién desde el principio de su Pontificado lanzó al mundo cristiano el desafío de "recristianizar" la Sociedad occidental, que nació y se desarrolló con el cristianismo. Ya en 1982, desde Santiago de Compostela, en su discurso a Europa, le recordaba esas raíces cristianas: "¡Sé tú misma!". Su última amargura fue que los Gobiernos europeos quitaran cualquier referencia al cristianismo, cómo si con no mencionarlo pudieran borrar de un plumazo la verdad histórica que muestra que Europa, como la conocemos hasta hoy, salió de la lucha de las naciones cristianas contra las naciones paganas, a las que convirtió y que luego fundaron los países que hoy conocemos.
Puede parecer tal vez demasiado "apresurado" hablar de primavera espiritual en una Sociedad que se supone cristiana - y que ya ni se reconoce a sí misma como tal. ¿Lo dijo Juan Pablo II como una forma de estimular ese cambio, como para ilusionarnos con que los resultados ya están a la vista? ¿O es una fue una forma de alentar en nosotros la virtud de la esperanza? ¡Tal vez sí es cierto, y no vemos en medio de la vorágine de cada día, que hay un renacer espiritual! ¿O es una opinión subjetiva?
Sabemos, como cristianos - o deberíamos saberlo - que Dios no pierde batallas. Que la Iglesia prevalecerá porque su Fundador - Dios mismo, hecho Hombre - así lo prometió, y su palabra se cumplirá hasta la última coma. Sabemos además - porque tenemos el testimonio contundente de la Historia - que la Iglesia siempre ha salido adelante y ha superado los peligros exteriores - persecuciones, prohibiciones, guerras de religión - e interiores - cismas, herejías, cristianos que no merecían llevar ese apelativo, incluso pertenecientes a la más alta Jerarquía de la Iglesia. Ninguna Organización sobre la Tierra ha subsistido como lo ha hecho la Iglesia Católica. Louis de Wohl, en su libro "Fundada sobre Roca" comenta que "en la historia de la Iglesia se ha repetido muchas veces (que) cuando el enemigo está a punto de triunfar - o cree que ha triunfado ya - el maltrecho Cuerpo Místico de Cristo recobra vida nueva y la barca de Pedro, superada la tempestad, prosigue su periplo[1].
¿Entonces?
Un Panorama "malo" - lo que se ve
Todos los países del mundo Occidental cristiano tienen leyes del divorcio y la gran mayoría han legalizado el crimen del inocente, que es el aborto. Las enseñanzas de la Iglesia sobre moral - sobre todo, moral sexual - son ampliamente contestadas o rechazadas por los que se dicen católicos.
Tan solo un magro 10% a un 15% de la población que se dice católica asiste regularmente a Misa los Domingos. La edad media de los sacerdotes es superior a los 40 años. No hay suficientes para atender ni siquiera a los pocos que van a Misa.
Los teólogos contrarios al Magisterio de la Iglesia tienen amplia publicidad, mientras se acusa de "integristas" o desactualizados a quienes defienden la ortodoxia de la Fe –como le pasó al actual Papa, Benedicto XVI.
Se habla de una secularización de la Sociedad, que da la espalda a Dios y quiere construir a espaldas suyas un "paraíso terrenal". Incluso en los ex países marxistas, donde el cristianismo fue perseguido y constituyó un baluarte de los derechos de los hombres y de su lucha por la libertad, una vez conseguida ésta han adoptado el mismo modelo de Sociedad que el de quienes sólo piensan en la acumulación de riquezas y sacar el máximo de los placeres que la vida ofrece, sin ningún marco de referencia, sin ningún freno más que el de conseguir la propia satisfacción. Reina el egoísmo y el hedonismo, y los hombres sólo aspiran a "hacer lo que les da la gana", o "ganar plata".
El cristiano "de a pie" apenas conoce el Padrenuestro y algunas oraciones, y cree que la religión consiste en escoger, del Magisterio de la Iglesia, aquello que más le conviene y le gusta, y rechazar el resto.
Hasta el lenguaje ha sentido el efecto de este ataque. Se cambia el significado de las palabras para que aparezcan como "éticamente correctas" o "políticamente correctas". La misma frase "políticamente correcto" introduce un factor subjetivo a lo correcto, entronizando el concepto que lo correcto es "relativo". Otras muchas frases, al menos tan cínicas, como "interrupción voluntaria del embarazo" en vez de aborto, "compañero sentimental" en vez de amante, "género" en vez de sexo (en el sentido de masculino o femenino) ganan terreno. Los homosexuales exigen el derecho a vivir como tales con la aceptación y el apoyo del resto de la sociedad, sin ninguna diferencia que los matrimonio heterosexuales, y quieren poder adoptar niños que vivan como ellos, sin preguntarles si les interesa.
Quien más quien menos, todos se sienten con el derecho a "ser uno mismo", y hacer lo que le viene en gana. En teoría, el límite de la libertad de uno termina donde comienza la libertad del otro, pero quienes eso sostienen, en realidad buscan cercenar la libertad de los otros para que les dejen hacer lo que quieren ("respeten mi libertad").
Y un buen cristiano podría preguntarse: si la llamada civilización cristiana está tan mal, ¿qué hace Dios que no interviene? ¿Cómo es posible que deje que países enteros mueran en cruentas guerras, o de hambre, debido al egoísmo de otros países más ricos que encima se suponen civilizados y cristianos? ¿No nos dicen que Dios no pierde batallas?
Aparte de que si muere gente es por el egoísmo de los hombres, y la culpa es de los hombres y no de Dios, Dios sí que está haciendo, y mucho. No pierde batallas. Nunca lo ha hecho.
Antes de ver qué está pasando en realidad, y por qué el Papa habla de "primavera espiritual", conviene un pequeño repaso a la historia de la Iglesia, para que no nos dejemos abrumar por lo "tremendo" que nos parece lo que vemos.
No pasaron ni 200 años desde la muerte y Resurrección de Nuestro Señor Jesucristo, y ya habían "contestatarios" dentro de la Iglesia, que encima, tenía que llevar a cabo su misión en un mundo paganizado - donde el divorcio, el aborto, el adulterio, la homosexualidad, las estafas, el afán de riquezas, las guerras injustas, o la esclavitud eran moneda de cada día - y donde además eran perseguidos hasta la muerte. Gracias a Dios, cada vez hay menos personas en el mundo a las que se les lleva hasta el martirio por su Fe en Cristo, pero sigue habiendo. Y sin embargo, a pesar de todo, cuando se dictó el Edicto de Milán en el que se toleraba completamente a la Religión cristiana (año 313) ya casi la mitad de Roma era cristiana.
A escasos 100 años de que el Cristianismo fuese declarado Religión oficial del Imperio, caía el mismo Imperio y el Papa debía enfrentar peligros exteriores e interiores otra vez. Invasores de Italia arrianos, Papas desterrados y enviados a morir de hambre, sacerdotes corruptos. Pero surgieron las órdenes de clausura, y San Benito puso los cimientos de verdaderas Ciudadelas de Dios, que apuntalaron la civilización cristiana cuando todo alrededor parecía que se venía abajo.
Y cuando a finales del primer milenio Roma estaba prisionera de unas cuentas familias que ponían y deponían Papas a su antojo, el Papado pudo liberarse de ellos y devolver la cristiandad hacia un gran desarrollo, que dejó entre otros frutos la Universidad como institución de búsqueda de la verdad. Y aunque volvieron a haber Emperadores "cristianos" que se dedicaron a combatir a los Papas, no prevalecieron.
La Iglesia durante toda su historia a sido perseguida desde dentro y desde fuera por enemigos implacables. Nunca ha sido vencida. Y el depósito de su Fe nunca ha sido cambiado, ni por Papas impuestos ni por Emperadores o Reyes que han querido intervenir, ni a pesar de los muchos cismas - que hasta hoy perduran. En todas las épocas desde que fue fundada, se ha dado a la Iglesia como "terminada", "anticuada", "caduca", "en las últimas". Pero siempre ha seguido adelante, porque se basa, no en los Hombres, sino en su Fundador, quien dijo "los poderes del infierno no prevalecerán contra ella" y "Yo estaré con vosotros hasta la consumación de los tiempos".
Con todos estos "antecedentes" ¿cómo no estar confiados que la Iglesia volverá a triunfar?. Motivo de esperanza, porque el Espíritu Santo la asiste siempre...
Un Panorama bueno - lo que no se ve
Si bien hubo tiempos en la Historia de la Iglesia en los que la jerarquía no estaba a la altura pero el pueblo seguía siendo creyente, también ha habido épocas en los que el pueblo no ha sido creyente pero la jerarquía ha sido excepcionalmente buena. El Siglo XX ha sido uno de estos últimos. Basta leer la nómina de los Papas de este siglo: San Pío X, Benedicto XV, Pío XI, Pío XII, Juan XXIII (en proceso de canonización), Pablo VI (también en proceso de canonización), Juan Pablo I, Juan Pablo II, y ahora, Benedicto XVI.
El papado ha conseguido en este Siglo "desacralizador" un prestigio a la altura de los mejores momentos de su historia. Stalin preguntó con sarcasmo cuántas divisiones tenía el Papa, cuando sus aliados en la Segunda Guerra Mundial le comentaron que sería necesario contar con la opinión del Papa. En ese momento, el papado ya no tenía más estructura temporal que la pequeña Ciudad del Vaticano, el Estado más pequeño del mundo. Sin embargo, la opinión del Papa era importante para las potencias ganadoras de la Guerra. Los Secretarios Generales del Partido Comunista Soviético ni existen, y son recordados con vergüenza hasta por sus antiguos partidarios de Occidente. El papado sigue, incólume, fuerte, prestigiado aún entre quienes no profesan la misma Fe.
Esto tal vez se ha visto con mayor contundencia en el reinado de Juan Pablo II, el Papa que más viajes pastorales ha hecho de toda la historia de la Iglesia. Millones acudieron a escucharle, y no les decía precisamente que viviesen su vida como les pareciera. Les exhortaba a vivir cristianamente, a vivir la castidad, la caridad con los más necesitados, el amor a Dios y al prójimo concreto (no en abstracto). Sobre todo exigía a los jóvenes. Y a pesar de su discurso “políticamente incorrecto”, durante los 27 años de su pontificado, el fenómeno de masas que seguía al Papa - a pesar de su cojera o de su mano temblorosa – fue siempre el mismo. No iba menos gente, sino cada vez más. En 1982, en Madrid, se calculó en 2 millones las personas que asistieron a la Misa para las familias. En 1996, en Manila, se calculó que fueron 4 millones los que asistieron a la Misa para las familias. Cifras dadas por las autoridades civiles, no las eclesiásticas. Juan Pablo II ha sido visto por cientos de millones de personas en su papado. A todas les habló de lo mismo. A todas les exigió que vivieran su Fe íntegramente. No todos le hicieron caso. Pero todos le respetaron como el mayor líder del mundo contemporáneo. Ningún líder de ningún país consiguió la audiencia que tuvo Juan Pablo II, incluso hasta en su muerte y exequias.
¿Qué los creyentes ya no creen? Dios ha respondido, pero a su manera. El siglo XX ha visto un espectacular desarrollo de los apostolados laicos, desde los incardinados en la jerarquía secular como Acción Católica a los múltiples movimientos apostólicos laicos como la Prelatura del Opus Dei, los Legionarios de Cristo Rey, el movimiento apostólico de Schönstadt, Comunión y Fe, y un largo etcétera. Todos o casi todos ellos, además son ecuménicos - es decir, abiertos a los no católicos e incluso a los no cristianos. Los laicos están participando mucho más en la Iglesia que nunca en la historia. Sin ir más lejos, miles de fieles laicos participaron activamente en las sesiones preparatorias del Sínodo de Obispos de la Archidiócesis de Santiago de Chile en 1997, que quería recoger el sentir y las sugerencias de los laicos, en una muestra clara de que "Iglesia somos todos" (no solo los curas).
Lo maravilloso es que toda esta gente busca la santidad en medio del mundo. Mensaje que Dios hiciera ver a San Josemaría Escrivá de Balaguer en 1928, y que desde el Concilio Vaticano II ya se ha incorporado a la doctrina de la Iglesia. No se trata por lo tanto de "asociaciones de fieles que se juntan para rezar", aunque lo hagan. Va mucho más lejos: un compromiso personal y radical de luchar con todas las fuerzas para alcanzar la santidad, ser amigos de Dios. Pareciese como si Dios, que sabe lo que va a pasar, antes de que sucediera la ola de secularización, inspiró a sus Siervos para que impulsaran esta importantísima labor que pone a los laicos - los mismos que deben enfrentar la secularización - en la primera línea de batalla. Una batalla que se va ganando, al paso de Dios.
¿Hay pocos sacerdotes? Si, pero el fenómeno de "seminarios vacíos" se ha revertido - aunque falte para llenarlos, e incluso se deban hacer más seminarios para atender las necesidades crecientes de la población también creciente.
¿El aborto y el divorcio son ya parte común de los "civilizados"? Si, pero en las últimas reuniones sobre la familia (El Cairo, Beijing) la Iglesia logró que algunas de sus propuestas en temas de suma importancia para el futuro de la familia fueran aprobadas - contra todo pronóstico, al tener en contra a los poderosos de la Tierra. Y en el país donde se originó esta cultura del “amor libre” son cada día más fuertes los que se denominan ahora “mayoría moral”, que están en contra del aborto, del matrimonio entre homosexuales, etc. Miss USA 2003 tenía a gran honra confesar que era virgen. La revista Newsweek donde salía dicho artículo comentaba que hay una nueva tendencia en Estados Unidos, que ha tomado fuerza, alentada desde la Casa Blanca, de una “nueva moralidad”, que no es sino volver a la moralidad de siempre.
¿Un porcentaje muy bajo de fieles van a Misa los Domingos? Sí, pero el porcentaje crece regularmente, hasta el punto que se hace necesario en muchas partes la construcción de nuevas iglesias, que quedan copadas casi de inmediato. Además, ha subido enormemente la asistencia a Misa en días ordinarios (basta ir a Misa en la semana a cualquier iglesia, y se nota que ya no son "las cuatro viejecitas de siempre"). Además, hay un salto grande de calidad en las Misas, con una participación creciente de los fieles, un mayor recogimiento y concentración de la gente, que está ávida de la Palabra de Dios.
¿Qué ya no se lee la Biblia ni escritos religiosos? No es cierto. El último catecismo de la Iglesia Católica fue un Best Seller total, en todo el mundo y en todas las lenguas. Crecientemente hay libros de espiritualidad cuyas sucesivas ediciones se agotan en pocos meses, y la Biblia se sigue vendiendo y sigue siendo un Best Seller mundial. Sigue siendo el libro más leído y comprado del mundo, y del que se han hecho más ediciones en la historia de la imprenta. Lo que pasa es que está "fuera del circuito" de medición.
Todas estas noticias también llegaban al Papa Juan Pablo II, quién, llevaba el "pulso" de la espiritualidad del mundo de primera mano. Por lo tanto, no es aventurado ni precipitado hablar de una primavera espiritual, y avivar nuestra esperanza. "Levantad vuestros rostros, se acerca la liberación, ya llega vuestro Dios". Esto se ha cumplido siempre, en todas las épocas de la historia, en ese continuo flujo y reflujo en el que, al fin de cuentas, se enfrenta el bien con el mal. Dios no se ha olvidado de nosotros, y sigue su Plan de Salvación, inmutable. Quienes se esfuerzan por amarle están en el lado ganador, conquistando el mundo para Él. Quienes se esfuerzan por vivir a sus espaldas, ignorarlo o combatirlo abiertamente, terminarán como han terminado todos quienes así han actuado a lo largo de los 2.000 años de Historia de la Iglesia. Así con el nazismo. Así con el Comunismo. Y así será con el “secularismo”, el “hedonismo” y de “materialismo”.
Cristo verdaderamente es la piedra angular, y todos cuantos caen sobre esa piedra para romperla son destruidos, y todos sobre quienes cae esa piedra son aplastados. Ha habido cientos de regimenes políticos, desde que surgió el cristianismo, que han fomentado un laicismo militante, cuando no una abierta persecución de la Iglesia. Uno tras otro, dichos regímenes han caído. ¡Todos! Y La Iglesia sigue adelante, según la fundó Jesucristo, contra viento y marea, contra acusaciones más o menos tendenciosas, contra persecuciones abiertas o encubiertas... Ninguna organización de origen humano ha sido capaz de sobrevivir a los embates que le ha tocado vivir a la Iglesia Católica. Incluso Imperios que se consideraban invencibles y eternos han caído. La Iglesia sigue en pie, porque no es de origen humano, porque fue fundada por Cristo, Hijo de Dios, y en El sigue existiendo. Su prestigio sigue en crecimiento, por más que haya quienes la atacan precisamente porque cumple el rol de anunciar lo que aprendió del Maestro, y que ellos no quieren oír.
El Dios de nuestra esperanza
Queda claro, por lo tanto, que podemos esperar con confianza y firmeza que, pase lo que pase, el ganador será siempre Dios, en toda época y en todo momento. No es que Dios vaya a ganar la guerra pero pierda batallas: siempre gana las batallas. Todas. Nos puede parecer que no es así, pero es porque no tenemos la perspectiva de Dios. Vemos las cosas dentro de nuestro muy limitado rango de visión, influenciado por la época en que nos toca vivir, el entorno en el cual nos movemos, nuestra capacidad de entendimiento.
Dios está siempre ahí, con lo brazos abiertos a quien verdaderamente le busca, para entregarle el ciento por uno en esta vida y la felicidad eterna después. Ciento por uno que no es monetario, ni en bienes, ni en fama, ni en poder, sino en algo mucho más importante: en felicidad, que nada ni nadie puede arrebatar. Al ser felices por estar junto a Dios, irradiamos felicidad a nuestro alrededor y atraemos a más gente a El. Si los casi mil millones de católicos en el mundo dieran un testimonio real con su vida de su felicidad y alegría, de su paz por estar en paz con Dios, este mundo hace rato sería otro.
El Dios de nuestra esperanza, El mismo, nos lleva de la mano, nos inspira a través de su Espíritu que saca de nosotros emociones inenarrables, que nos hacen decir ¡Abbá! (término hebreo que literalmente quiere decir “Papito”) y nos llena de alegría, de felicidad, de paz. Hay infinitamente más felicidad, alegría y calidad de vida entre quienes se esfuerzan por conocer y amar a Dios que entre quienes se esfuerzan por poseer bienes, prestigio, poder, influencia sobre los demás. Al centrarse en sí mismos, surgen las envidias, las frustraciones, las decepciones, las calumnias, la rabia, el odio. Si hicieran caso a lo que el Espíritu Santo les inspira – para lo cual se requiere perseverancia en la oración, la penitencia y los sacramentos – serían felices, y verían toda esa agitación del mundo por tener más y ser alguien poderoso como lo que es: una estupidez. Entendería que realmente la sabiduría de los hombres es necedad para Dios y la fortaleza que creen tener realmente es debilidad. Que somos sabios y fuertes solo en la medida en que vivimos para El.
Poner en Dios nuestra esperanza, abandonarnos de verdad en El es lo único que nos da verdadera paz, porque sabemos que pase lo que pase, es El quien tiene “el control de todo” y que como nos ama infinitamente – hasta el punto de hacer morir cruelmente a su Hijo para salvarnos – hace lo que más nos conviene. Dios hace concurrir las cosas para el bien de los que le aman[2]. Sufrimos, pero somos felices, porque confiamos en quien creó el Universo y cuanto lo contiene.
Dios tiene en sus manos nuestra vida, y no quiere nuestro mal. Debemos esperar, contra toda esperanza, contra toda convicción impuesta por la realidad que vemos, que Dios va a hacer concurrir las cosas para nuestro bien, que tal vez no comprendamos, pero que es nuestro bien. Y eso lo hacemos siendo almas de oración, de penitencia y de sacramentos, para dejar al Espíritu Santo que “haga su pega”. Entonces, todo se ve más fácil, y nuestras angustias se transforman en alegrías, nuestras dudas en certezas, nuestros miedos en tranquilidad.
La esperanza de nuestro Dios
Hay otro aspecto, sin embargo, que nos debe llenar de alegría y a la vez sobrecogernos: Dios cuenta con nosotros para llevar a cabo su Plan de Salvación. En cierto modo, también nosotros somos "la esperanza de Dios". Siempre ha contado con nosotros, a pesar de los pesares: nuestras debilidades, nuestras pequeñas o grandes traiciones, nuestras escasas luces... El se ha servido de personas excepcionales y brillantes, como un Santo Tomás de Aquino, con la misma proyección que de personas simples, como los pastores de Fátima, o el Santo cura de Ars. Con personas poderosas, como San Luis IX, Rey de Francia o con personas muy humildes, como Santa Martín de Porres.
Qué alegría saber que da igual quién soy, cuales son mis limitaciones, cual mi puesto en el mundo, porque Dios es quien pone el incremento. Y que ese incremento solo depende de mi respuesta a su llamado, no de los medios con que cuento, ni de la inteligencia que poseo, ni de la posición que ocupo en la sociedad. El elige libremente, porque nos conoce más que nosotros mismos nos podemos conocer, ya que el nos creó, uno a uno. Y nos pone frente a situaciones ordinarias de la vida para que le busquemos, le encontremos, y junto con El, elevemos todas las cosas para su redención, que es tanto como decir para que sean lo que fueron llamados a ser.
Que alegría saber que cuenta conmigo. Es una frase para paladearla: ¡Dios cuenta conmigo! ¿Cómo me sentiría de orgulloso si un gran líder de nivel mundial se dirigiera a mí, y me dijera que debo hacer esto o aquello y que cuenta conmigo? Pues mucho más es que sea Dios mismo quien cuenta conmigo. Por eso, porque cuenta conmigo, tengo que poner todo el empeño en saber qué es lo que quiere, y dejar que el Espíritu Santo “tome el control” de mi vida.
[1] Fundada sobre Roca - Louis de Wohl . Arcaduz. Capítulo IX[2] Ro VIII, 28
El sufrimiento y el cristiano
En el Cristianismo hay yugo, pero no servilismo, sino Amor (Venid a Mi todos los que estáis fatigados y cargados, que Yo os aliviaré. Tomad sobre vosotros mi yugo, y aprended de Mi, que soy manso y humilde de corazón, y hallareis descanso para vuestras almas, porque mi yugo es suave y mi carga ligera - Mt. XI, 28-30).
En el Cristianismo hay Cruz, pero no tristeza. Seguir a Cristo es camino de sufrimiento, pero no de infelicidad ( El que quiera venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame - Mt. XVI, 14). Todo lo contrario: es camino de felicidad. Sin embargo, esta doctrina es escándalo para nuestros oídos, que huyen del sacrificio, y corren detrás de "paraísos terrenales" que no existen, reminiscencias de aquel que sentimos que tuvimos un día y lo perdimos.
La gran paradoja del cristianismo sigue siendo, después de 20 siglos, que el dolor es parte importante de la vida. No somos masoquistas, no buscamos el sufrimiento por el gusto de sufrir, o por querer provocar la lástima de otros, que es una forma sofisticada y tonta de egoísmo. El punto está en acompañar a Cristo en la Cruz y con El sufrir por redimir al mundo del pecado: "Ahora me alegro de mis padecimientos por vosotros y suplo en mi carne lo que falta a las tribulaciones de Cristo por su cuerpo, que es la Iglesia” (Col. I, 24).
Por nuestras propias fuerzas no podríamos vivir esta doctrina, porque repugna a nuestro egoísmo (sufrir por los demás, cuando a veces ni siquiera estamos dispuestos a sufrir por nosotros mismos... pero no nos importa que los demás sufran por nosotros: efectos del pecado original), e incluso nos parece que carece de sentido común: se nos asemeja como una suerte de masoquismo inútil, o por lo menos, un estoicismo sin sentido. Al hombre caído por el pecado original le es muy difícil entender esta doctrina. Y más difícil si vive en una cultura materialista y hedonista, en la que la búsqueda del propio placer es lo que parece mover exclusivamente a las personas. Seguir a Cristo, rezar, mortificarse, parecen actitudes sacadas de una época oscurantista, felizmente superada.
¡Qué gran mentira! Como todo lo que viene del Diablo, Padre de la mentira. La promesa oculta en la cultura hedonista es que se puede vencer el dolor y el sufrimiento por la búsqueda del placer y de la felicidad en la posesión de las cosas y de las personas, rebajadas al nivel de cosas. El dinero hace la felicidad, el placer hace la felicidad, todo lo demás es feo, y en la medida que se tenga dinero y placer, no habrá sufrimiento. Deja de existir, "por decreto". Estúpidos: ¿Qué dinero ni qué placer pueden evitar la enfermedad mortal? ¿Qué fortuna se puede considerar eterna a prueba de todo? ¿Qué dinero puede comprar la vida eterna?
La Sociedad hedonista - vilipendiada por todos, pero vivida como fin por la mayoría de los que viven en las economías modernas - es menos solidaria, resuelve menos los problemas del hombre de hoy, resultando en que el hombre acaba siendo el lobo del hombre. Y nadie se escapa del sufrimiento ocasionado por el mismo egoísmo del hombre.
Pero se dirá que de aceptar el sufrimiento como la parte negativa de la condición humana a considerarlo como un Tesoro hay una diferencia muy grande. "De acuerdo", nos dirán. "El sufrimiento es parte de la vida del hombre. Pero es algo que se debe evitar a toda costa (y eso nadie lo discute) y por lo tanto, no puede ser algo querido ni deseado ni menos fuente de felicidad. Se equivocó Cristo cuando puso la cruz de cada día como el camino a la felicidad".
Aparte de los contra argumentos que se pueden dar a ese planteamiento, hay algo muy contundente: el testimonio de la vida de los santos. Todos tienen un denominador común: les tocó sufrir mucho en vida - algunos, pagaron su seguimiento a Cristo con la vida - y sin embargo, fueron felices. No fueron personas amargadas, aplastadas por el peso del sufrimiento, o que basaran su felicidad en una especie de "auto terapia" que se fundamentara en un resarcimiento de todo ese sufrimiento en una vida futura, como diciendo "yo lo paso mal ahora, y ustedes bien, pero después de esta vida, seré yo quien lo pase bien, y ustedes, mal". Quien así piensa, no gasta su vida en favor de los demás.
Es el Espíritu Santo santificador quien nos ayuda y permite vivir la doctrina del sufrimiento cristiano, si somos dóciles a sus inspiraciones.
“Vosotros, que vivís bajo la prueba; que os enfrentáis con el problema de la limitación, del dolor y de la soledad interior: no dejéis de dar un sentido a esa situación. En la Cruz de Cristo; en la unión redentora con El; en el aparente fracaso del hombre justo que sufre y que con su sacrificio salva a la humanidad; en el valor de eternidad de ese sufrimiento está la respuesta” (J. Pablo II, Santo Rosario, 4° Misterio doloroso”)
¡Que profundas las palabras del Papa! Lleva el sufrimiento a la categoría de poema, central en nuestra vivencia religiosa, en nuestra identificación con Cristo. Encierra el mayor misterio en la búsqueda de sentido en la vida: la paradójica identificación del dolor con la Redención, y de la felicidad como su mayor fruto.
El encuentro más cercano con Cristo es en el sufrimiento, siendo el sufrimiento condición para encontrar a Cristo, y padecer con El, convirtiendo nuestro sufrimiento en co-redención, que nos asocia a su obra de restaurar la creación, y ganar la vida eterna. La felicidad es el resultado de esa lucha por acompañar a Cristo en la cruz de cada día, persuadidos de que el premio es una corona incorruptible, la vida eterna. La felicidad viene como consecuencia de nuestro amor a El, materializado en asumir el sufrimiento como camino de cruz, que no solo nos salva a nosotros, sino a la humanidad. Es el más grande ideal, que llena de sentido nuestra vida. Tiene todos los componentes de heroísmo que atrae, porque salvamos a la humanidad con nuestro sufrimiento y con nuestro esfuerzo por hacer un mundo mejor, según las enseñanzas del Maestro.
El sufrimiento, las tribulaciones y las contrariedades son además un estímulo para hacer algo que a veces cuesta mucho y que es esencial en nuestro camino: la oración. “Hágase Tu Voluntad en la Tierra como en el Cielo” le decimos a nuestro Padre. Le pedimos que, así como se cumple su Voluntad en el Cielo, se cumpla también en la Tierra. Aceptamos su Voluntad, aunque pedimos de El todo lo que necesitamos: quererle, vivir su Reino – o sea, vivir las enseñanzas de Cristo – el pan de cada día, el perdón por nuestras faltas y la humildad para perdonar a los que nos ofenden, el que no nos deje caer en el pecado – no pedimos que no haya tentación, que es inevitable por la naturaleza caída del hombre, sino que salgamos victoriosos de todas las batallas contra la tentación.
Puede ser que nos escandalice la existencia de sufrimientos inhumanos en el mundo. “Si eres Dios, ¿Cómo dejas que haya personas que te invocan y que mueren de hambre? ¿o que te invocan y no tienen trabajo? ¿no dijiste ‘todo lo que pidierais en mi nombre se os concederá?’ Pues bien, el hecho de que quienes te rezan, igualmente sufren, demuestra que tus palabras no se cumplen”.
Ahí hay varias contradicciones. Para evitar la confusión, hay que distinguir, como decía Santo Tomás de Aquino.
Primero, Dios nos dejó un mandamiento de caridad, para todo el mundo. ¿Te has parado a pensar cómo sería ese sufrimiento que tanto denuncias si todos los bautizados vivieran realmente su Fe? ¿Te das cuenta lo que podría ser este mundo si más de mil millones de personas se esforzaran de verdad por ayudar a sus semejantes? No, lo que pasa no es “culpa” de Dios, ni siquiera su responsabilidad. Dios no ha fallado. Hemos fallado los cristianos, que no vivimos de acuerdo a nuestra Fe, que no escuchamos ni ponemos por obra lo que nos dice el Papa, que no somos almas de oración y eucarísticas. Así, más bien, esa realidad – que lo es – debería movernos a mirar hacia adentro, no hacia arriba, y preguntarnos ¿Qué tan bien vivo yo mi Fe? Para que halla mil millones de cristianos viviendo su Fe, partamos por uno: yo mismo.
Segundo, y siguiendo el mismo curso de pensamiento, Dios nos pide a nosotros, los cristianos, que nos encarguemos de ayudar a nuestros hermanos. Nos ha dado la Tierra en heredad, nos ha dado la Gracia Santificante, nos ha dado su magisterio a través de la Iglesia, nos ha dado los sacramentos, nos ha abierto los caminos divinos de la Tierra, para que pongamos todas las cosas a los pies de Cristo. Echarle en falta que El no resuelva lo que nos ha encargado a nosotros resolver es, a lo menos, ser inconsecuente y “caradura”. Y la solución es la misma que apuntamos arriba: vivir yo intensamente mi Fe, preocupándome de mi formación espiritual, esforzándome por ser alma de oración que busca honestamente la inspiración del Espíritu, para enfrentar con espíritu cristiano las realidades cotidianas. Y aplicarme a eso concreto.
Si me indigna el sufrimiento de los demás, muy bien: ese sentimiento lo pone Dios. Pero lo pone para que yo actúe, no para que “alguien haga algo”. No nos pide que resolvamos los problemas del mundo. Eso es lo que nos quiere hacer creer el demonio, para desanimarnos: que Dios nos pide imposibles. Lo que nos pide es que ayudemos en concreto a los que sufren, y le encontremos a El en los que sufren. Y eso es esencial para que podamos superar a nuestro peor enemigo: nuestro egoísmo, nuestro orgullo, nuestra soberbia. En contacto con quien sufre, en la com – pasión (“padecer con”), en escucharle, sonreírle, y ayudarle materialmente si podemos, está la solución de los problemas de sufrimientos en el mundo, si todos nos esforzamos por hacerlo. Pero no esperemos a que “otro” empiece: si yo lo hago, mi ejemplo moverá a otros, y éstos a otros, y con la ayuda de Dios, haremos mil veces más que sentándonos a “protestar” sobre “por qué Dios hace tan mal las cosas y permite tantos sufrimientos”
Así pues, el sufrimiento propio y el ajeno no son ajenos – valga la redundancia – a nuestra salvación, a nuestra felicidad, a nuestro aporte a que este mundo sea mejor. Tomar la Cruz de cada día unidos a Cristo por la oración y los sacramentos es lo que nos gana la vida eterna, pero además nos hace más fuertes, mejor persona, felices desde adentro.
En el Cristianismo hay Cruz, pero no tristeza. Seguir a Cristo es camino de sufrimiento, pero no de infelicidad ( El que quiera venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame - Mt. XVI, 14). Todo lo contrario: es camino de felicidad. Sin embargo, esta doctrina es escándalo para nuestros oídos, que huyen del sacrificio, y corren detrás de "paraísos terrenales" que no existen, reminiscencias de aquel que sentimos que tuvimos un día y lo perdimos.
La gran paradoja del cristianismo sigue siendo, después de 20 siglos, que el dolor es parte importante de la vida. No somos masoquistas, no buscamos el sufrimiento por el gusto de sufrir, o por querer provocar la lástima de otros, que es una forma sofisticada y tonta de egoísmo. El punto está en acompañar a Cristo en la Cruz y con El sufrir por redimir al mundo del pecado: "Ahora me alegro de mis padecimientos por vosotros y suplo en mi carne lo que falta a las tribulaciones de Cristo por su cuerpo, que es la Iglesia” (Col. I, 24).
Por nuestras propias fuerzas no podríamos vivir esta doctrina, porque repugna a nuestro egoísmo (sufrir por los demás, cuando a veces ni siquiera estamos dispuestos a sufrir por nosotros mismos... pero no nos importa que los demás sufran por nosotros: efectos del pecado original), e incluso nos parece que carece de sentido común: se nos asemeja como una suerte de masoquismo inútil, o por lo menos, un estoicismo sin sentido. Al hombre caído por el pecado original le es muy difícil entender esta doctrina. Y más difícil si vive en una cultura materialista y hedonista, en la que la búsqueda del propio placer es lo que parece mover exclusivamente a las personas. Seguir a Cristo, rezar, mortificarse, parecen actitudes sacadas de una época oscurantista, felizmente superada.
¡Qué gran mentira! Como todo lo que viene del Diablo, Padre de la mentira. La promesa oculta en la cultura hedonista es que se puede vencer el dolor y el sufrimiento por la búsqueda del placer y de la felicidad en la posesión de las cosas y de las personas, rebajadas al nivel de cosas. El dinero hace la felicidad, el placer hace la felicidad, todo lo demás es feo, y en la medida que se tenga dinero y placer, no habrá sufrimiento. Deja de existir, "por decreto". Estúpidos: ¿Qué dinero ni qué placer pueden evitar la enfermedad mortal? ¿Qué fortuna se puede considerar eterna a prueba de todo? ¿Qué dinero puede comprar la vida eterna?
La Sociedad hedonista - vilipendiada por todos, pero vivida como fin por la mayoría de los que viven en las economías modernas - es menos solidaria, resuelve menos los problemas del hombre de hoy, resultando en que el hombre acaba siendo el lobo del hombre. Y nadie se escapa del sufrimiento ocasionado por el mismo egoísmo del hombre.
Pero se dirá que de aceptar el sufrimiento como la parte negativa de la condición humana a considerarlo como un Tesoro hay una diferencia muy grande. "De acuerdo", nos dirán. "El sufrimiento es parte de la vida del hombre. Pero es algo que se debe evitar a toda costa (y eso nadie lo discute) y por lo tanto, no puede ser algo querido ni deseado ni menos fuente de felicidad. Se equivocó Cristo cuando puso la cruz de cada día como el camino a la felicidad".
Aparte de los contra argumentos que se pueden dar a ese planteamiento, hay algo muy contundente: el testimonio de la vida de los santos. Todos tienen un denominador común: les tocó sufrir mucho en vida - algunos, pagaron su seguimiento a Cristo con la vida - y sin embargo, fueron felices. No fueron personas amargadas, aplastadas por el peso del sufrimiento, o que basaran su felicidad en una especie de "auto terapia" que se fundamentara en un resarcimiento de todo ese sufrimiento en una vida futura, como diciendo "yo lo paso mal ahora, y ustedes bien, pero después de esta vida, seré yo quien lo pase bien, y ustedes, mal". Quien así piensa, no gasta su vida en favor de los demás.
Es el Espíritu Santo santificador quien nos ayuda y permite vivir la doctrina del sufrimiento cristiano, si somos dóciles a sus inspiraciones.
“Vosotros, que vivís bajo la prueba; que os enfrentáis con el problema de la limitación, del dolor y de la soledad interior: no dejéis de dar un sentido a esa situación. En la Cruz de Cristo; en la unión redentora con El; en el aparente fracaso del hombre justo que sufre y que con su sacrificio salva a la humanidad; en el valor de eternidad de ese sufrimiento está la respuesta” (J. Pablo II, Santo Rosario, 4° Misterio doloroso”)
¡Que profundas las palabras del Papa! Lleva el sufrimiento a la categoría de poema, central en nuestra vivencia religiosa, en nuestra identificación con Cristo. Encierra el mayor misterio en la búsqueda de sentido en la vida: la paradójica identificación del dolor con la Redención, y de la felicidad como su mayor fruto.
El encuentro más cercano con Cristo es en el sufrimiento, siendo el sufrimiento condición para encontrar a Cristo, y padecer con El, convirtiendo nuestro sufrimiento en co-redención, que nos asocia a su obra de restaurar la creación, y ganar la vida eterna. La felicidad es el resultado de esa lucha por acompañar a Cristo en la cruz de cada día, persuadidos de que el premio es una corona incorruptible, la vida eterna. La felicidad viene como consecuencia de nuestro amor a El, materializado en asumir el sufrimiento como camino de cruz, que no solo nos salva a nosotros, sino a la humanidad. Es el más grande ideal, que llena de sentido nuestra vida. Tiene todos los componentes de heroísmo que atrae, porque salvamos a la humanidad con nuestro sufrimiento y con nuestro esfuerzo por hacer un mundo mejor, según las enseñanzas del Maestro.
El sufrimiento, las tribulaciones y las contrariedades son además un estímulo para hacer algo que a veces cuesta mucho y que es esencial en nuestro camino: la oración. “Hágase Tu Voluntad en la Tierra como en el Cielo” le decimos a nuestro Padre. Le pedimos que, así como se cumple su Voluntad en el Cielo, se cumpla también en la Tierra. Aceptamos su Voluntad, aunque pedimos de El todo lo que necesitamos: quererle, vivir su Reino – o sea, vivir las enseñanzas de Cristo – el pan de cada día, el perdón por nuestras faltas y la humildad para perdonar a los que nos ofenden, el que no nos deje caer en el pecado – no pedimos que no haya tentación, que es inevitable por la naturaleza caída del hombre, sino que salgamos victoriosos de todas las batallas contra la tentación.
Puede ser que nos escandalice la existencia de sufrimientos inhumanos en el mundo. “Si eres Dios, ¿Cómo dejas que haya personas que te invocan y que mueren de hambre? ¿o que te invocan y no tienen trabajo? ¿no dijiste ‘todo lo que pidierais en mi nombre se os concederá?’ Pues bien, el hecho de que quienes te rezan, igualmente sufren, demuestra que tus palabras no se cumplen”.
Ahí hay varias contradicciones. Para evitar la confusión, hay que distinguir, como decía Santo Tomás de Aquino.
Primero, Dios nos dejó un mandamiento de caridad, para todo el mundo. ¿Te has parado a pensar cómo sería ese sufrimiento que tanto denuncias si todos los bautizados vivieran realmente su Fe? ¿Te das cuenta lo que podría ser este mundo si más de mil millones de personas se esforzaran de verdad por ayudar a sus semejantes? No, lo que pasa no es “culpa” de Dios, ni siquiera su responsabilidad. Dios no ha fallado. Hemos fallado los cristianos, que no vivimos de acuerdo a nuestra Fe, que no escuchamos ni ponemos por obra lo que nos dice el Papa, que no somos almas de oración y eucarísticas. Así, más bien, esa realidad – que lo es – debería movernos a mirar hacia adentro, no hacia arriba, y preguntarnos ¿Qué tan bien vivo yo mi Fe? Para que halla mil millones de cristianos viviendo su Fe, partamos por uno: yo mismo.
Segundo, y siguiendo el mismo curso de pensamiento, Dios nos pide a nosotros, los cristianos, que nos encarguemos de ayudar a nuestros hermanos. Nos ha dado la Tierra en heredad, nos ha dado la Gracia Santificante, nos ha dado su magisterio a través de la Iglesia, nos ha dado los sacramentos, nos ha abierto los caminos divinos de la Tierra, para que pongamos todas las cosas a los pies de Cristo. Echarle en falta que El no resuelva lo que nos ha encargado a nosotros resolver es, a lo menos, ser inconsecuente y “caradura”. Y la solución es la misma que apuntamos arriba: vivir yo intensamente mi Fe, preocupándome de mi formación espiritual, esforzándome por ser alma de oración que busca honestamente la inspiración del Espíritu, para enfrentar con espíritu cristiano las realidades cotidianas. Y aplicarme a eso concreto.
Si me indigna el sufrimiento de los demás, muy bien: ese sentimiento lo pone Dios. Pero lo pone para que yo actúe, no para que “alguien haga algo”. No nos pide que resolvamos los problemas del mundo. Eso es lo que nos quiere hacer creer el demonio, para desanimarnos: que Dios nos pide imposibles. Lo que nos pide es que ayudemos en concreto a los que sufren, y le encontremos a El en los que sufren. Y eso es esencial para que podamos superar a nuestro peor enemigo: nuestro egoísmo, nuestro orgullo, nuestra soberbia. En contacto con quien sufre, en la com – pasión (“padecer con”), en escucharle, sonreírle, y ayudarle materialmente si podemos, está la solución de los problemas de sufrimientos en el mundo, si todos nos esforzamos por hacerlo. Pero no esperemos a que “otro” empiece: si yo lo hago, mi ejemplo moverá a otros, y éstos a otros, y con la ayuda de Dios, haremos mil veces más que sentándonos a “protestar” sobre “por qué Dios hace tan mal las cosas y permite tantos sufrimientos”
Así pues, el sufrimiento propio y el ajeno no son ajenos – valga la redundancia – a nuestra salvación, a nuestra felicidad, a nuestro aporte a que este mundo sea mejor. Tomar la Cruz de cada día unidos a Cristo por la oración y los sacramentos es lo que nos gana la vida eterna, pero además nos hace más fuertes, mejor persona, felices desde adentro.
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La Iglesia que Fundó Jesucristo
Se ataca a la Iglesia Católica y al Papa porque es “conservador”. Se le sugiere que debe acometer y “abrirse” a temas como el divorcio, la homosexualidad, el no celibato de los sacerdotes, la ordenación de las mujeres. Porque es “tiempo de abrir la ventana” y porque si no, la Iglesia se va a quedar sin fieles.
No entienden qué es la Iglesia Católica. La razón de esa incomprensión está en que tampoco entienden quien es Jesucristo para un Católico.
Jesucristo para un Católico no es un hombre magnífico que vivió hace dos mil años y dejó unas enseñanzas hermosas de las cuales debemos tomar las que más nos gustan. Jesucristo para un católico es Dios. Él decidió hacerse hombre en esa época, en esa tierra, en esas circunstancias. Sus enseñanzas para un Católico no provienen de un hombre, que por lo tanto tienen que ser “actualizadas”. Sus enseñanzas son las enseñanzas de Dios mismo, infinitamente sabio, infinitamente omnipotente, infinitamente misericordioso. Sus enseñanzas no quedaron bajo “amenaza de castigo” a quienes no las sigan, sino bajo “promesa de felicidad” a quienes las sigan. Y lo que el ser humano más desea, en el fondo de su ser – porque así fue creado por Dios – es ser feliz.
Para evitar que Su enseñanza se diluyera en el tiempo, creo una institución, la Iglesia, y la hizo depositaria de esas enseñanzas. Es misión de la Iglesia guardarlas incólumes. Es misión de la Iglesia interpretarla para cada momento de la historia en cuanto a su mejor aplicación para los creyentes de cada época, pero no puede cambiarlas ni anularlas, porque vienen de Dios y son de Dios.
Jesucristo dijo antes de subir al Cielo “Yo estaré con vosotros hasta la consumación de los siglos”. Es Él mismo quien asiste a su Iglesia para que permanezca en la Fe. Los dos mil años de historia, manteniendo su depósito de Fe y su estructura jerárquica, manteniendo sus objetivos, manteniendo sus principios, a pesar de que en muchas ocasiones sus líderes no brillaron por su apego a dichos principios, es demostración de que la promesa del Señor se ha cumplido. Ahora tenemos dos mil años de demostración. Ninguna organización meramente humana habría subsistido a los traumas por los que tuvo que pasar la Iglesia Católica, y por los que sigue pasando. Ese es el testimonio vivo y palpable de su naturaleza sobrenatural. Ya es la organización más antigua del mundo.
No, no se puede tocar la indisolubilidad del matrimonio, porque Dios mismo a través de Jesucristo dijo que lo que Él ha unido no lo puede separar el hombre, a menos que nunca haya sido unión real (por eso las nulidades eclesiásticas)
Respecto a la homosexualidad, se lee en el Antiguo Testamento (también inspirado por Dios según la creencia de los Católicos) “macho y hembra los creó” y les dijo “creced y multiplicaos”. En todas las escrituras se reprocha los comportamientos homosexuales.
Respecto al celibato de los sacerdotes, Jesús dijo claramente “hay quienes se hacen a sí mismo eunucos por Amor al Reino de Dios”, y San Pablo recomienda el celibato en sus cartas. Ya desde los comienzos de la Iglesia Católica se puso el celibato como una característica del sacerdocio.
Y la ordenación de mujeres... ¿existe en el universo criatura más excelsa y perfecta que la Madre de Dios? Si Jesucristo vino a “establecer la nueva ley” ¿Qué le habría costado dar el sacerdocio a su Madre? ¿Quién más digno en el Universo para convertir el pan y el vino en el cuerpo y la sangre de Jesús? ¿Quién mejor para comprender la profundidad de ese misterio? Y sin embargo, no lo hizo. Puede contra argumentarse que en esa época y en esa sociedad – la judía – no habían sacerdotisas, como sí lo habían en otras religiones. Sí, pero Dios quiso que su doctrina saliera de esa sociedad con esa estructura. ¿Acaso no podría Dios haber decidido desde un comienzo que hubiese mujeres en el sacerdocio? No lo hizo, luego no lo quiso, porque tuvo a la más grande de las mujeres por madre y no la ordenó. ¿Qué mejor demostración de que no estaba en sus planes?
Un no católico o un católico no practicante puede “verlo” de otra forma, pero la única forma de verlo es basados en que Jesús es Dios, con todo lo que ello supone. Lo tomas o lo dejas. Los Católicos lo creemos así, y sabemos que eso puede ser interpretado como que somos “intransigentes”. Y siempre ha sido así. Antes de que la religión cristiana fuera permitida en el Imperio Romano, los cristianos preferían morir antes que “quemar incienso al genio del Emperador”. Los que por miedo lo hacían en muchas ocasiones luego se arrepentían de su cobardía, y se convertían en mártires (que quiere decir “testigos”: testigos de su fe “intransigente” porque morían por ella) o en confesores.
Por lo tanto, desde fuera de la Iglesia Católica, de nada sirven las exhortaciones a que se cambien las cosas, porque no pueden cambiarse. Ya pasó, por desgracia, que hubo quienes no aceptaron que no hubiera cambios y formaron otras iglesias, que luego fueron dividiéndose más y más. Al final, la única que se ha mantenido fiel a lo que su Maestro le enseñó, tal como lo enseñó para todos los tiempos hasta la consumación del mundo, es la Iglesia Católica.
No entienden qué es la Iglesia Católica. La razón de esa incomprensión está en que tampoco entienden quien es Jesucristo para un Católico.
Jesucristo para un Católico no es un hombre magnífico que vivió hace dos mil años y dejó unas enseñanzas hermosas de las cuales debemos tomar las que más nos gustan. Jesucristo para un católico es Dios. Él decidió hacerse hombre en esa época, en esa tierra, en esas circunstancias. Sus enseñanzas para un Católico no provienen de un hombre, que por lo tanto tienen que ser “actualizadas”. Sus enseñanzas son las enseñanzas de Dios mismo, infinitamente sabio, infinitamente omnipotente, infinitamente misericordioso. Sus enseñanzas no quedaron bajo “amenaza de castigo” a quienes no las sigan, sino bajo “promesa de felicidad” a quienes las sigan. Y lo que el ser humano más desea, en el fondo de su ser – porque así fue creado por Dios – es ser feliz.
Para evitar que Su enseñanza se diluyera en el tiempo, creo una institución, la Iglesia, y la hizo depositaria de esas enseñanzas. Es misión de la Iglesia guardarlas incólumes. Es misión de la Iglesia interpretarla para cada momento de la historia en cuanto a su mejor aplicación para los creyentes de cada época, pero no puede cambiarlas ni anularlas, porque vienen de Dios y son de Dios.
Jesucristo dijo antes de subir al Cielo “Yo estaré con vosotros hasta la consumación de los siglos”. Es Él mismo quien asiste a su Iglesia para que permanezca en la Fe. Los dos mil años de historia, manteniendo su depósito de Fe y su estructura jerárquica, manteniendo sus objetivos, manteniendo sus principios, a pesar de que en muchas ocasiones sus líderes no brillaron por su apego a dichos principios, es demostración de que la promesa del Señor se ha cumplido. Ahora tenemos dos mil años de demostración. Ninguna organización meramente humana habría subsistido a los traumas por los que tuvo que pasar la Iglesia Católica, y por los que sigue pasando. Ese es el testimonio vivo y palpable de su naturaleza sobrenatural. Ya es la organización más antigua del mundo.
No, no se puede tocar la indisolubilidad del matrimonio, porque Dios mismo a través de Jesucristo dijo que lo que Él ha unido no lo puede separar el hombre, a menos que nunca haya sido unión real (por eso las nulidades eclesiásticas)
Respecto a la homosexualidad, se lee en el Antiguo Testamento (también inspirado por Dios según la creencia de los Católicos) “macho y hembra los creó” y les dijo “creced y multiplicaos”. En todas las escrituras se reprocha los comportamientos homosexuales.
Respecto al celibato de los sacerdotes, Jesús dijo claramente “hay quienes se hacen a sí mismo eunucos por Amor al Reino de Dios”, y San Pablo recomienda el celibato en sus cartas. Ya desde los comienzos de la Iglesia Católica se puso el celibato como una característica del sacerdocio.
Y la ordenación de mujeres... ¿existe en el universo criatura más excelsa y perfecta que la Madre de Dios? Si Jesucristo vino a “establecer la nueva ley” ¿Qué le habría costado dar el sacerdocio a su Madre? ¿Quién más digno en el Universo para convertir el pan y el vino en el cuerpo y la sangre de Jesús? ¿Quién mejor para comprender la profundidad de ese misterio? Y sin embargo, no lo hizo. Puede contra argumentarse que en esa época y en esa sociedad – la judía – no habían sacerdotisas, como sí lo habían en otras religiones. Sí, pero Dios quiso que su doctrina saliera de esa sociedad con esa estructura. ¿Acaso no podría Dios haber decidido desde un comienzo que hubiese mujeres en el sacerdocio? No lo hizo, luego no lo quiso, porque tuvo a la más grande de las mujeres por madre y no la ordenó. ¿Qué mejor demostración de que no estaba en sus planes?
Un no católico o un católico no practicante puede “verlo” de otra forma, pero la única forma de verlo es basados en que Jesús es Dios, con todo lo que ello supone. Lo tomas o lo dejas. Los Católicos lo creemos así, y sabemos que eso puede ser interpretado como que somos “intransigentes”. Y siempre ha sido así. Antes de que la religión cristiana fuera permitida en el Imperio Romano, los cristianos preferían morir antes que “quemar incienso al genio del Emperador”. Los que por miedo lo hacían en muchas ocasiones luego se arrepentían de su cobardía, y se convertían en mártires (que quiere decir “testigos”: testigos de su fe “intransigente” porque morían por ella) o en confesores.
Por lo tanto, desde fuera de la Iglesia Católica, de nada sirven las exhortaciones a que se cambien las cosas, porque no pueden cambiarse. Ya pasó, por desgracia, que hubo quienes no aceptaron que no hubiera cambios y formaron otras iglesias, que luego fueron dividiéndose más y más. Al final, la única que se ha mantenido fiel a lo que su Maestro le enseñó, tal como lo enseñó para todos los tiempos hasta la consumación del mundo, es la Iglesia Católica.
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Conocereis la Verdad y os hará libres
¿Cuál es esa verdad, Señor? Durante años me lo he preguntado. No hablabas, me parece, de un “conjunto de verdades” o de una verdad cuyo enunciado requiere de sesudas explicaciones. Dios es simple y, al mismo tiempo, infinito.
Creo que “la” verdad es esta: Dios es Amor. Creo que dentro de esta verdad se esconde toda tu doctrina y la explicación de todo el universo, la razón de nuestras vidas – quienes somos, de donde venimos, hacia adonde vamos – y en definitiva, la respuesta a todas las interrogantes que nosotros, simples criaturas, nos hacemos porque “nos creaste Señor para Ti, y nuestro corazón está inquieto hasta que descansa en Ti” (S. Agustin, Confesiones cap. I) También esconde la fórmula para hacer de este un mundo mejor, una civilización del Amor, basada en la doctrina que nos diste a través de Tu Hijo, Jesucristo, y que una y otra vez los hombres, heridos por el pecado original, desoímos, buscando respuestas cada vez más complicadas, que no dan la felicidad.
“El Amor a Dios y al prójimo es el distintivo del Cristiano” (Juan Pablo II, Santo Rosario, segundo misterio de gozo)
Si atendemos y reflexionamos profundamente en esa verdad, es un mar sin orillas.
Dios es Amor. Dios creo el universo de la nada. Por lo tanto, lo que guía el universo y todo cuanto lo contiene es el Amor de Dios. La historia del Universo, el material y el espiritual (ángeles, arcángeles, potestades, y todos los seres incorpóreos) es la historia de Dios, que es Amor, y del Amor de Dios, que crea (Dios Padre) se da a conocer por la Palabra (Dios hijo) y quiere inspirar nuestras acciones para que se encaminen a Dios (Dios Espíritu Santo)
Si Dios es Amor, y es el principio y fin de todo lo creado, y nos creó para que descansemos en El, la felicidad está en responder al Amor de Dios.
Por eso todo lo que se contrapone al Amor de Dios se contrapone a nuestra felicidad. Por eso las guerras y la violencia nos hacen desdichados. Por eso el divorcio, rompimiento de una comunidad de Amor que incluye a otros seres creados por Dios, que son los hijos, nos aleja de la felicidad. Por eso cualquier acción o pensamiento nuestro originado del egoísmo (desorden que lleva a ponernos en primer lugar) genera infelicidad. Por eso la búsqueda del placer y el hedonismo dejan un vacío en nuestra alma. Porque Dios es Amor, y Él nos creó a imagen y semejanza suya. Nos creo para ser Amados de Él y para Amarlo a Él, y por Él, a todos los seres humanos.
Dios es Amor, y en el Amor está nuestra libertad. Amor que es don de sí mismo, no un sentimiento. El sentimiento es efecto y no origen del Amor, hasta el punto que se puede Amar y no “sentir”. Cristo en la cruz nos Ama infinitamente, y no es un sentimiento ni menos un sentimentalismo. El amor con minúscula, basado en los sentidos y en la atracción hacia nosotros mismos (para buscar y satisfacer nuestro placer) no hace feliz ni nos libera: al revés, nos esclaviza. Partimos buscándonos en nuestros placeres para terminar esclavos de ellos.
Dios es Amor, y el Amor es más fuerte que el pecado, más fuerte que la muerte, más fuerte que el odio, más fuerte que la violencia, más fuerte que todo. En el mundo de hoy, pareciera que es el dinero, el poder y el hedonismo quien lo mueve. Pero es el Amor de Dios al mundo lo que hace que siga existiendo, el Amor de Dios al mundo, al que nunca cesa de darle otra oportunidad para conocerle a Él, dejarse Amar por Él y responder a ese primer Amor: Dios nos amó primero, y eso nos hace libres.
Saber que Dios me Ama me libera de mis angustias y preocupaciones. Saber que Dios me Ama me hace superar los sufrimientos y contrariedades, y aceptarlos como voluntad suya, que los permite por eso, porque me Ama. Saber que Quien creó el Cielo y la Tierra me Ama a mí, personalmente, y que me creó por Amor y que quiere materializar ese Amor en mí, durante todo el tiempo de vida, y que quiere que luego de mi vida en la tierra esté con Él para siempre, me libera de la esclavitud de mí mismo (mis egoísmos, mis miedos, mis ambiciones, mis frustraciones) Los santos todos han sido felices. Los santos todos han sufrido mucho sin dejar de ser felices. Los santos todos han sido libres. Los santos todos han sido Amados y han Amado a Dios, y esa fue la fuente de su alegría, de su fuerza, de su coraje.
Si Dios está conmigo, ¿Quién contra mí? (San Pablo)
¿Qué me falta, mi Dios para ser libre por tu Amor? ¿Qué me falta para Amarte?
Fe en que esta verdad, infinitamente simple y profunda, es verdad, y hacer de esa Fe el fundamento de mi vida.
Esperanza en que Dios quiere darme su Amor y quiere que le Ame, y pondrá los medios para que sea posible, solo con que yo lo deje hacer. Por el pecado original, por mi naturaleza caída, no soy capaz de Amar a Dios, pero espero en Él y él me dará su gracia para romper las cadenas de esas limitaciones. Espero en Su ayuda porque sé que me quiere.
Y junto a la Fe y la Esperanza, la Caridad misma. Esa que yo, de mi propio ser, soy incapaz de producir, pero que Dios me entrega y hace crecer en mí, porque es la única forma en que pueda recibir su Amor y pueda Amarlo. Caridad que me hace libre de todos mis miedos, que agitan mi agresividad. Caridad que me da la paz, fruto del Amor que recibo de Dios y de mi libertad, liberado de todo lo que me oprime, me angustia, me quita la paz. El deseo de las cosas que quiero tener y no tengo, de la vida que quiero vivir y no vivo, de la envidia por ver otros que viven o tienen eso que quisiera... todo eso me quita la paz. Todo eso me aleja del Amor de Dios. Por eso, la verdad más sublime es que Dios es Amor, me hizo por Amor y por Amor quiere amarme y que le Ame, dejando atrás para siempre todo aquello que me hace frágil como persona.
Dios, a través de Cristo, revela el hombre al hombre (Encíclica Redemptoris Homini, Juan Pablo II, 1) y le muestra su llamado, su vocación: estamos llamados a ser Hijos de Dios y a construir la civilización del Amor.
Creo que “la” verdad es esta: Dios es Amor. Creo que dentro de esta verdad se esconde toda tu doctrina y la explicación de todo el universo, la razón de nuestras vidas – quienes somos, de donde venimos, hacia adonde vamos – y en definitiva, la respuesta a todas las interrogantes que nosotros, simples criaturas, nos hacemos porque “nos creaste Señor para Ti, y nuestro corazón está inquieto hasta que descansa en Ti” (S. Agustin, Confesiones cap. I) También esconde la fórmula para hacer de este un mundo mejor, una civilización del Amor, basada en la doctrina que nos diste a través de Tu Hijo, Jesucristo, y que una y otra vez los hombres, heridos por el pecado original, desoímos, buscando respuestas cada vez más complicadas, que no dan la felicidad.
“El Amor a Dios y al prójimo es el distintivo del Cristiano” (Juan Pablo II, Santo Rosario, segundo misterio de gozo)
Si atendemos y reflexionamos profundamente en esa verdad, es un mar sin orillas.
Dios es Amor. Dios creo el universo de la nada. Por lo tanto, lo que guía el universo y todo cuanto lo contiene es el Amor de Dios. La historia del Universo, el material y el espiritual (ángeles, arcángeles, potestades, y todos los seres incorpóreos) es la historia de Dios, que es Amor, y del Amor de Dios, que crea (Dios Padre) se da a conocer por la Palabra (Dios hijo) y quiere inspirar nuestras acciones para que se encaminen a Dios (Dios Espíritu Santo)
Si Dios es Amor, y es el principio y fin de todo lo creado, y nos creó para que descansemos en El, la felicidad está en responder al Amor de Dios.
Por eso todo lo que se contrapone al Amor de Dios se contrapone a nuestra felicidad. Por eso las guerras y la violencia nos hacen desdichados. Por eso el divorcio, rompimiento de una comunidad de Amor que incluye a otros seres creados por Dios, que son los hijos, nos aleja de la felicidad. Por eso cualquier acción o pensamiento nuestro originado del egoísmo (desorden que lleva a ponernos en primer lugar) genera infelicidad. Por eso la búsqueda del placer y el hedonismo dejan un vacío en nuestra alma. Porque Dios es Amor, y Él nos creó a imagen y semejanza suya. Nos creo para ser Amados de Él y para Amarlo a Él, y por Él, a todos los seres humanos.
Dios es Amor, y en el Amor está nuestra libertad. Amor que es don de sí mismo, no un sentimiento. El sentimiento es efecto y no origen del Amor, hasta el punto que se puede Amar y no “sentir”. Cristo en la cruz nos Ama infinitamente, y no es un sentimiento ni menos un sentimentalismo. El amor con minúscula, basado en los sentidos y en la atracción hacia nosotros mismos (para buscar y satisfacer nuestro placer) no hace feliz ni nos libera: al revés, nos esclaviza. Partimos buscándonos en nuestros placeres para terminar esclavos de ellos.
Dios es Amor, y el Amor es más fuerte que el pecado, más fuerte que la muerte, más fuerte que el odio, más fuerte que la violencia, más fuerte que todo. En el mundo de hoy, pareciera que es el dinero, el poder y el hedonismo quien lo mueve. Pero es el Amor de Dios al mundo lo que hace que siga existiendo, el Amor de Dios al mundo, al que nunca cesa de darle otra oportunidad para conocerle a Él, dejarse Amar por Él y responder a ese primer Amor: Dios nos amó primero, y eso nos hace libres.
Saber que Dios me Ama me libera de mis angustias y preocupaciones. Saber que Dios me Ama me hace superar los sufrimientos y contrariedades, y aceptarlos como voluntad suya, que los permite por eso, porque me Ama. Saber que Quien creó el Cielo y la Tierra me Ama a mí, personalmente, y que me creó por Amor y que quiere materializar ese Amor en mí, durante todo el tiempo de vida, y que quiere que luego de mi vida en la tierra esté con Él para siempre, me libera de la esclavitud de mí mismo (mis egoísmos, mis miedos, mis ambiciones, mis frustraciones) Los santos todos han sido felices. Los santos todos han sufrido mucho sin dejar de ser felices. Los santos todos han sido libres. Los santos todos han sido Amados y han Amado a Dios, y esa fue la fuente de su alegría, de su fuerza, de su coraje.
Si Dios está conmigo, ¿Quién contra mí? (San Pablo)
¿Qué me falta, mi Dios para ser libre por tu Amor? ¿Qué me falta para Amarte?
Fe en que esta verdad, infinitamente simple y profunda, es verdad, y hacer de esa Fe el fundamento de mi vida.
Esperanza en que Dios quiere darme su Amor y quiere que le Ame, y pondrá los medios para que sea posible, solo con que yo lo deje hacer. Por el pecado original, por mi naturaleza caída, no soy capaz de Amar a Dios, pero espero en Él y él me dará su gracia para romper las cadenas de esas limitaciones. Espero en Su ayuda porque sé que me quiere.
Y junto a la Fe y la Esperanza, la Caridad misma. Esa que yo, de mi propio ser, soy incapaz de producir, pero que Dios me entrega y hace crecer en mí, porque es la única forma en que pueda recibir su Amor y pueda Amarlo. Caridad que me hace libre de todos mis miedos, que agitan mi agresividad. Caridad que me da la paz, fruto del Amor que recibo de Dios y de mi libertad, liberado de todo lo que me oprime, me angustia, me quita la paz. El deseo de las cosas que quiero tener y no tengo, de la vida que quiero vivir y no vivo, de la envidia por ver otros que viven o tienen eso que quisiera... todo eso me quita la paz. Todo eso me aleja del Amor de Dios. Por eso, la verdad más sublime es que Dios es Amor, me hizo por Amor y por Amor quiere amarme y que le Ame, dejando atrás para siempre todo aquello que me hace frágil como persona.
Dios, a través de Cristo, revela el hombre al hombre (Encíclica Redemptoris Homini, Juan Pablo II, 1) y le muestra su llamado, su vocación: estamos llamados a ser Hijos de Dios y a construir la civilización del Amor.
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