martes, 18 de marzo de 2008

Conocereis la Verdad y os hará libres

¿Cuál es esa verdad, Señor? Durante años me lo he preguntado. No hablabas, me parece, de un “conjunto de verdades” o de una verdad cuyo enunciado requiere de sesudas explicaciones. Dios es simple y, al mismo tiempo, infinito.

Creo que “la” verdad es esta: Dios es Amor. Creo que dentro de esta verdad se esconde toda tu doctrina y la explicación de todo el universo, la razón de nuestras vidas – quienes somos, de donde venimos, hacia adonde vamos – y en definitiva, la respuesta a todas las interrogantes que nosotros, simples criaturas, nos hacemos porque “nos creaste Señor para Ti, y nuestro corazón está inquieto hasta que descansa en Ti” (S. Agustin, Confesiones cap. I) También esconde la fórmula para hacer de este un mundo mejor, una civilización del Amor, basada en la doctrina que nos diste a través de Tu Hijo, Jesucristo, y que una y otra vez los hombres, heridos por el pecado original, desoímos, buscando respuestas cada vez más complicadas, que no dan la felicidad.

“El Amor a Dios y al prójimo es el distintivo del Cristiano” (Juan Pablo II, Santo Rosario, segundo misterio de gozo)

Si atendemos y reflexionamos profundamente en esa verdad, es un mar sin orillas.

Dios es Amor. Dios creo el universo de la nada. Por lo tanto, lo que guía el universo y todo cuanto lo contiene es el Amor de Dios. La historia del Universo, el material y el espiritual (ángeles, arcángeles, potestades, y todos los seres incorpóreos) es la historia de Dios, que es Amor, y del Amor de Dios, que crea (Dios Padre) se da a conocer por la Palabra (Dios hijo) y quiere inspirar nuestras acciones para que se encaminen a Dios (Dios Espíritu Santo)

Si Dios es Amor, y es el principio y fin de todo lo creado, y nos creó para que descansemos en El, la felicidad está en responder al Amor de Dios.

Por eso todo lo que se contrapone al Amor de Dios se contrapone a nuestra felicidad. Por eso las guerras y la violencia nos hacen desdichados. Por eso el divorcio, rompimiento de una comunidad de Amor que incluye a otros seres creados por Dios, que son los hijos, nos aleja de la felicidad. Por eso cualquier acción o pensamiento nuestro originado del egoísmo (desorden que lleva a ponernos en primer lugar) genera infelicidad. Por eso la búsqueda del placer y el hedonismo dejan un vacío en nuestra alma. Porque Dios es Amor, y Él nos creó a imagen y semejanza suya. Nos creo para ser Amados de Él y para Amarlo a Él, y por Él, a todos los seres humanos.

Dios es Amor, y en el Amor está nuestra libertad. Amor que es don de sí mismo, no un sentimiento. El sentimiento es efecto y no origen del Amor, hasta el punto que se puede Amar y no “sentir”. Cristo en la cruz nos Ama infinitamente, y no es un sentimiento ni menos un sentimentalismo. El amor con minúscula, basado en los sentidos y en la atracción hacia nosotros mismos (para buscar y satisfacer nuestro placer) no hace feliz ni nos libera: al revés, nos esclaviza. Partimos buscándonos en nuestros placeres para terminar esclavos de ellos.

Dios es Amor, y el Amor es más fuerte que el pecado, más fuerte que la muerte, más fuerte que el odio, más fuerte que la violencia, más fuerte que todo. En el mundo de hoy, pareciera que es el dinero, el poder y el hedonismo quien lo mueve. Pero es el Amor de Dios al mundo lo que hace que siga existiendo, el Amor de Dios al mundo, al que nunca cesa de darle otra oportunidad para conocerle a Él, dejarse Amar por Él y responder a ese primer Amor: Dios nos amó primero, y eso nos hace libres.

Saber que Dios me Ama me libera de mis angustias y preocupaciones. Saber que Dios me Ama me hace superar los sufrimientos y contrariedades, y aceptarlos como voluntad suya, que los permite por eso, porque me Ama. Saber que Quien creó el Cielo y la Tierra me Ama a mí, personalmente, y que me creó por Amor y que quiere materializar ese Amor en mí, durante todo el tiempo de vida, y que quiere que luego de mi vida en la tierra esté con Él para siempre, me libera de la esclavitud de mí mismo (mis egoísmos, mis miedos, mis ambiciones, mis frustraciones) Los santos todos han sido felices. Los santos todos han sufrido mucho sin dejar de ser felices. Los santos todos han sido libres. Los santos todos han sido Amados y han Amado a Dios, y esa fue la fuente de su alegría, de su fuerza, de su coraje.

Si Dios está conmigo, ¿Quién contra mí? (San Pablo)

¿Qué me falta, mi Dios para ser libre por tu Amor? ¿Qué me falta para Amarte?

Fe en que esta verdad, infinitamente simple y profunda, es verdad, y hacer de esa Fe el fundamento de mi vida.

Esperanza en que Dios quiere darme su Amor y quiere que le Ame, y pondrá los medios para que sea posible, solo con que yo lo deje hacer. Por el pecado original, por mi naturaleza caída, no soy capaz de Amar a Dios, pero espero en Él y él me dará su gracia para romper las cadenas de esas limitaciones. Espero en Su ayuda porque sé que me quiere.

Y junto a la Fe y la Esperanza, la Caridad misma. Esa que yo, de mi propio ser, soy incapaz de producir, pero que Dios me entrega y hace crecer en mí, porque es la única forma en que pueda recibir su Amor y pueda Amarlo. Caridad que me hace libre de todos mis miedos, que agitan mi agresividad. Caridad que me da la paz, fruto del Amor que recibo de Dios y de mi libertad, liberado de todo lo que me oprime, me angustia, me quita la paz. El deseo de las cosas que quiero tener y no tengo, de la vida que quiero vivir y no vivo, de la envidia por ver otros que viven o tienen eso que quisiera... todo eso me quita la paz. Todo eso me aleja del Amor de Dios. Por eso, la verdad más sublime es que Dios es Amor, me hizo por Amor y por Amor quiere amarme y que le Ame, dejando atrás para siempre todo aquello que me hace frágil como persona.


Dios, a través de Cristo, revela el hombre al hombre (Encíclica Redemptoris Homini, Juan Pablo II, 1) y le muestra su llamado, su vocación: estamos llamados a ser Hijos de Dios y a construir la civilización del Amor.

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