martes, 18 de marzo de 2008

Esperanza

Dentro de la preparación de la Iglesia Católica para el tercer milenio, el Papa Juan Pablo II dedicó el año 1998 al Espíritu Santo, ese "Gran Desconocido", en palabras del Beato Josemaría Escrivá.

Dentro de las sugerencias para profundizar en nuestro conocimiento del Espíritu Santo, estuvo la de conocer mejor la virtud teologal de la Esperanza, que está muy ligada a la Tercera Persona de la Santísima Trinidad.

Fue el mismo Papa, por otro lado, quien habló de un "renacer espiritual en el mundo", de una "primavera espiritual" que se espera y que ya está aquí. Fue el mismo Papa quién desde el principio de su Pontificado lanzó al mundo cristiano el desafío de "recristianizar" la Sociedad occidental, que nació y se desarrolló con el cristianismo. Ya en 1982, desde Santiago de Compostela, en su discurso a Europa, le recordaba esas raíces cristianas: "¡Sé tú misma!". Su última amargura fue que los Gobiernos europeos quitaran cualquier referencia al cristianismo, cómo si con no mencionarlo pudieran borrar de un plumazo la verdad histórica que muestra que Europa, como la conocemos hasta hoy, salió de la lucha de las naciones cristianas contra las naciones paganas, a las que convirtió y que luego fundaron los países que hoy conocemos.

Puede parecer tal vez demasiado "apresurado" hablar de primavera espiritual en una Sociedad que se supone cristiana - y que ya ni se reconoce a sí misma como tal. ¿Lo dijo Juan Pablo II como una forma de estimular ese cambio, como para ilusionarnos con que los resultados ya están a la vista? ¿O es una fue una forma de alentar en nosotros la virtud de la esperanza? ¡Tal vez sí es cierto, y no vemos en medio de la vorágine de cada día, que hay un renacer espiritual! ¿O es una opinión subjetiva?

Sabemos, como cristianos - o deberíamos saberlo - que Dios no pierde batallas. Que la Iglesia prevalecerá porque su Fundador - Dios mismo, hecho Hombre - así lo prometió, y su palabra se cumplirá hasta la última coma. Sabemos además - porque tenemos el testimonio contundente de la Historia - que la Iglesia siempre ha salido adelante y ha superado los peligros exteriores - persecuciones, prohibiciones, guerras de religión - e interiores - cismas, herejías, cristianos que no merecían llevar ese apelativo, incluso pertenecientes a la más alta Jerarquía de la Iglesia. Ninguna Organización sobre la Tierra ha subsistido como lo ha hecho la Iglesia Católica. Louis de Wohl, en su libro "Fundada sobre Roca" comenta que "en la historia de la Iglesia se ha repetido muchas veces (que) cuando el enemigo está a punto de triunfar - o cree que ha triunfado ya - el maltrecho Cuerpo Místico de Cristo recobra vida nueva y la barca de Pedro, superada la tempestad, prosigue su periplo
[1].

¿Entonces?


Un Panorama "malo" - lo que se ve

Todos los países del mundo Occidental cristiano tienen leyes del divorcio y la gran mayoría han legalizado el crimen del inocente, que es el aborto. Las enseñanzas de la Iglesia sobre moral - sobre todo, moral sexual - son ampliamente contestadas o rechazadas por los que se dicen católicos.

Tan solo un magro 10% a un 15% de la población que se dice católica asiste regularmente a Misa los Domingos. La edad media de los sacerdotes es superior a los 40 años. No hay suficientes para atender ni siquiera a los pocos que van a Misa.

Los teólogos contrarios al Magisterio de la Iglesia tienen amplia publicidad, mientras se acusa de "integristas" o desactualizados a quienes defienden la ortodoxia de la Fe –como le pasó al actual Papa, Benedicto XVI.

Se habla de una secularización de la Sociedad, que da la espalda a Dios y quiere construir a espaldas suyas un "paraíso terrenal". Incluso en los ex países marxistas, donde el cristianismo fue perseguido y constituyó un baluarte de los derechos de los hombres y de su lucha por la libertad, una vez conseguida ésta han adoptado el mismo modelo de Sociedad que el de quienes sólo piensan en la acumulación de riquezas y sacar el máximo de los placeres que la vida ofrece, sin ningún marco de referencia, sin ningún freno más que el de conseguir la propia satisfacción. Reina el egoísmo y el hedonismo, y los hombres sólo aspiran a "hacer lo que les da la gana", o "ganar plata".

El cristiano "de a pie" apenas conoce el Padrenuestro y algunas oraciones, y cree que la religión consiste en escoger, del Magisterio de la Iglesia, aquello que más le conviene y le gusta, y rechazar el resto.

Hasta el lenguaje ha sentido el efecto de este ataque. Se cambia el significado de las palabras para que aparezcan como "éticamente correctas" o "políticamente correctas". La misma frase "políticamente correcto" introduce un factor subjetivo a lo correcto, entronizando el concepto que lo correcto es "relativo". Otras muchas frases, al menos tan cínicas, como "interrupción voluntaria del embarazo" en vez de aborto, "compañero sentimental" en vez de amante, "género" en vez de sexo (en el sentido de masculino o femenino) ganan terreno. Los homosexuales exigen el derecho a vivir como tales con la aceptación y el apoyo del resto de la sociedad, sin ninguna diferencia que los matrimonio heterosexuales, y quieren poder adoptar niños que vivan como ellos, sin preguntarles si les interesa.

Quien más quien menos, todos se sienten con el derecho a "ser uno mismo", y hacer lo que le viene en gana. En teoría, el límite de la libertad de uno termina donde comienza la libertad del otro, pero quienes eso sostienen, en realidad buscan cercenar la libertad de los otros para que les dejen hacer lo que quieren ("respeten mi libertad").

Y un buen cristiano podría preguntarse: si la llamada civilización cristiana está tan mal, ¿qué hace Dios que no interviene? ¿Cómo es posible que deje que países enteros mueran en cruentas guerras, o de hambre, debido al egoísmo de otros países más ricos que encima se suponen civilizados y cristianos? ¿No nos dicen que Dios no pierde batallas?

Aparte de que si muere gente es por el egoísmo de los hombres, y la culpa es de los hombres y no de Dios, Dios sí que está haciendo, y mucho. No pierde batallas. Nunca lo ha hecho.

Antes de ver qué está pasando en realidad, y por qué el Papa habla de "primavera espiritual", conviene un pequeño repaso a la historia de la Iglesia, para que no nos dejemos abrumar por lo "tremendo" que nos parece lo que vemos.

No pasaron ni 200 años desde la muerte y Resurrección de Nuestro Señor Jesucristo, y ya habían "contestatarios" dentro de la Iglesia, que encima, tenía que llevar a cabo su misión en un mundo paganizado - donde el divorcio, el aborto, el adulterio, la homosexualidad, las estafas, el afán de riquezas, las guerras injustas, o la esclavitud eran moneda de cada día - y donde además eran perseguidos hasta la muerte. Gracias a Dios, cada vez hay menos personas en el mundo a las que se les lleva hasta el martirio por su Fe en Cristo, pero sigue habiendo. Y sin embargo, a pesar de todo, cuando se dictó el Edicto de Milán en el que se toleraba completamente a la Religión cristiana (año 313) ya casi la mitad de Roma era cristiana.

A escasos 100 años de que el Cristianismo fuese declarado Religión oficial del Imperio, caía el mismo Imperio y el Papa debía enfrentar peligros exteriores e interiores otra vez. Invasores de Italia arrianos, Papas desterrados y enviados a morir de hambre, sacerdotes corruptos. Pero surgieron las órdenes de clausura, y San Benito puso los cimientos de verdaderas Ciudadelas de Dios, que apuntalaron la civilización cristiana cuando todo alrededor parecía que se venía abajo.

Y cuando a finales del primer milenio Roma estaba prisionera de unas cuentas familias que ponían y deponían Papas a su antojo, el Papado pudo liberarse de ellos y devolver la cristiandad hacia un gran desarrollo, que dejó entre otros frutos la Universidad como institución de búsqueda de la verdad. Y aunque volvieron a haber Emperadores "cristianos" que se dedicaron a combatir a los Papas, no prevalecieron.

La Iglesia durante toda su historia a sido perseguida desde dentro y desde fuera por enemigos implacables. Nunca ha sido vencida. Y el depósito de su Fe nunca ha sido cambiado, ni por Papas impuestos ni por Emperadores o Reyes que han querido intervenir, ni a pesar de los muchos cismas - que hasta hoy perduran. En todas las épocas desde que fue fundada, se ha dado a la Iglesia como "terminada", "anticuada", "caduca", "en las últimas". Pero siempre ha seguido adelante, porque se basa, no en los Hombres, sino en su Fundador, quien dijo "los poderes del infierno no prevalecerán contra ella" y "Yo estaré con vosotros hasta la consumación de los tiempos".

Con todos estos "antecedentes" ¿cómo no estar confiados que la Iglesia volverá a triunfar?. Motivo de esperanza, porque el Espíritu Santo la asiste siempre...

Un Panorama bueno - lo que no se ve

Si bien hubo tiempos en la Historia de la Iglesia en los que la jerarquía no estaba a la altura pero el pueblo seguía siendo creyente, también ha habido épocas en los que el pueblo no ha sido creyente pero la jerarquía ha sido excepcionalmente buena. El Siglo XX ha sido uno de estos últimos. Basta leer la nómina de los Papas de este siglo: San Pío X, Benedicto XV, Pío XI, Pío XII, Juan XXIII (en proceso de canonización), Pablo VI (también en proceso de canonización), Juan Pablo I, Juan Pablo II, y ahora, Benedicto XVI.

El papado ha conseguido en este Siglo "desacralizador" un prestigio a la altura de los mejores momentos de su historia. Stalin preguntó con sarcasmo cuántas divisiones tenía el Papa, cuando sus aliados en la Segunda Guerra Mundial le comentaron que sería necesario contar con la opinión del Papa. En ese momento, el papado ya no tenía más estructura temporal que la pequeña Ciudad del Vaticano, el Estado más pequeño del mundo. Sin embargo, la opinión del Papa era importante para las potencias ganadoras de la Guerra. Los Secretarios Generales del Partido Comunista Soviético ni existen, y son recordados con vergüenza hasta por sus antiguos partidarios de Occidente. El papado sigue, incólume, fuerte, prestigiado aún entre quienes no profesan la misma Fe.

Esto tal vez se ha visto con mayor contundencia en el reinado de Juan Pablo II, el Papa que más viajes pastorales ha hecho de toda la historia de la Iglesia. Millones acudieron a escucharle, y no les decía precisamente que viviesen su vida como les pareciera. Les exhortaba a vivir cristianamente, a vivir la castidad, la caridad con los más necesitados, el amor a Dios y al prójimo concreto (no en abstracto). Sobre todo exigía a los jóvenes. Y a pesar de su discurso “políticamente incorrecto”, durante los 27 años de su pontificado, el fenómeno de masas que seguía al Papa - a pesar de su cojera o de su mano temblorosa – fue siempre el mismo. No iba menos gente, sino cada vez más. En 1982, en Madrid, se calculó en 2 millones las personas que asistieron a la Misa para las familias. En 1996, en Manila, se calculó que fueron 4 millones los que asistieron a la Misa para las familias. Cifras dadas por las autoridades civiles, no las eclesiásticas. Juan Pablo II ha sido visto por cientos de millones de personas en su papado. A todas les habló de lo mismo. A todas les exigió que vivieran su Fe íntegramente. No todos le hicieron caso. Pero todos le respetaron como el mayor líder del mundo contemporáneo. Ningún líder de ningún país consiguió la audiencia que tuvo Juan Pablo II, incluso hasta en su muerte y exequias.

¿Qué los creyentes ya no creen? Dios ha respondido, pero a su manera. El siglo XX ha visto un espectacular desarrollo de los apostolados laicos, desde los incardinados en la jerarquía secular como Acción Católica a los múltiples movimientos apostólicos laicos como la Prelatura del Opus Dei, los Legionarios de Cristo Rey, el movimiento apostólico de Schönstadt, Comunión y Fe, y un largo etcétera. Todos o casi todos ellos, además son ecuménicos - es decir, abiertos a los no católicos e incluso a los no cristianos. Los laicos están participando mucho más en la Iglesia que nunca en la historia. Sin ir más lejos, miles de fieles laicos participaron activamente en las sesiones preparatorias del Sínodo de Obispos de la Archidiócesis de Santiago de Chile en 1997, que quería recoger el sentir y las sugerencias de los laicos, en una muestra clara de que "Iglesia somos todos" (no solo los curas).
Lo maravilloso es que toda esta gente busca la santidad en medio del mundo. Mensaje que Dios hiciera ver a San Josemaría Escrivá de Balaguer en 1928, y que desde el Concilio Vaticano II ya se ha incorporado a la doctrina de la Iglesia. No se trata por lo tanto de "asociaciones de fieles que se juntan para rezar", aunque lo hagan. Va mucho más lejos: un compromiso personal y radical de luchar con todas las fuerzas para alcanzar la santidad, ser amigos de Dios. Pareciese como si Dios, que sabe lo que va a pasar, antes de que sucediera la ola de secularización, inspiró a sus Siervos para que impulsaran esta importantísima labor que pone a los laicos - los mismos que deben enfrentar la secularización - en la primera línea de batalla. Una batalla que se va ganando, al paso de Dios.

¿Hay pocos sacerdotes? Si, pero el fenómeno de "seminarios vacíos" se ha revertido - aunque falte para llenarlos, e incluso se deban hacer más seminarios para atender las necesidades crecientes de la población también creciente.

¿El aborto y el divorcio son ya parte común de los "civilizados"? Si, pero en las últimas reuniones sobre la familia (El Cairo, Beijing) la Iglesia logró que algunas de sus propuestas en temas de suma importancia para el futuro de la familia fueran aprobadas - contra todo pronóstico, al tener en contra a los poderosos de la Tierra. Y en el país donde se originó esta cultura del “amor libre” son cada día más fuertes los que se denominan ahora “mayoría moral”, que están en contra del aborto, del matrimonio entre homosexuales, etc. Miss USA 2003 tenía a gran honra confesar que era virgen. La revista Newsweek donde salía dicho artículo comentaba que hay una nueva tendencia en Estados Unidos, que ha tomado fuerza, alentada desde la Casa Blanca, de una “nueva moralidad”, que no es sino volver a la moralidad de siempre.

¿Un porcentaje muy bajo de fieles van a Misa los Domingos? Sí, pero el porcentaje crece regularmente, hasta el punto que se hace necesario en muchas partes la construcción de nuevas iglesias, que quedan copadas casi de inmediato. Además, ha subido enormemente la asistencia a Misa en días ordinarios (basta ir a Misa en la semana a cualquier iglesia, y se nota que ya no son "las cuatro viejecitas de siempre"). Además, hay un salto grande de calidad en las Misas, con una participación creciente de los fieles, un mayor recogimiento y concentración de la gente, que está ávida de la Palabra de Dios.

¿Qué ya no se lee la Biblia ni escritos religiosos? No es cierto. El último catecismo de la Iglesia Católica fue un Best Seller total, en todo el mundo y en todas las lenguas. Crecientemente hay libros de espiritualidad cuyas sucesivas ediciones se agotan en pocos meses, y la Biblia se sigue vendiendo y sigue siendo un Best Seller mundial. Sigue siendo el libro más leído y comprado del mundo, y del que se han hecho más ediciones en la historia de la imprenta. Lo que pasa es que está "fuera del circuito" de medición.

Todas estas noticias también llegaban al Papa Juan Pablo II, quién, llevaba el "pulso" de la espiritualidad del mundo de primera mano. Por lo tanto, no es aventurado ni precipitado hablar de una primavera espiritual, y avivar nuestra esperanza. "Levantad vuestros rostros, se acerca la liberación, ya llega vuestro Dios". Esto se ha cumplido siempre, en todas las épocas de la historia, en ese continuo flujo y reflujo en el que, al fin de cuentas, se enfrenta el bien con el mal. Dios no se ha olvidado de nosotros, y sigue su Plan de Salvación, inmutable. Quienes se esfuerzan por amarle están en el lado ganador, conquistando el mundo para Él. Quienes se esfuerzan por vivir a sus espaldas, ignorarlo o combatirlo abiertamente, terminarán como han terminado todos quienes así han actuado a lo largo de los 2.000 años de Historia de la Iglesia. Así con el nazismo. Así con el Comunismo. Y así será con el “secularismo”, el “hedonismo” y de “materialismo”.

Cristo verdaderamente es la piedra angular, y todos cuantos caen sobre esa piedra para romperla son destruidos, y todos sobre quienes cae esa piedra son aplastados. Ha habido cientos de regimenes políticos, desde que surgió el cristianismo, que han fomentado un laicismo militante, cuando no una abierta persecución de la Iglesia. Uno tras otro, dichos regímenes han caído. ¡Todos! Y La Iglesia sigue adelante, según la fundó Jesucristo, contra viento y marea, contra acusaciones más o menos tendenciosas, contra persecuciones abiertas o encubiertas... Ninguna organización de origen humano ha sido capaz de sobrevivir a los embates que le ha tocado vivir a la Iglesia Católica. Incluso Imperios que se consideraban invencibles y eternos han caído. La Iglesia sigue en pie, porque no es de origen humano, porque fue fundada por Cristo, Hijo de Dios, y en El sigue existiendo. Su prestigio sigue en crecimiento, por más que haya quienes la atacan precisamente porque cumple el rol de anunciar lo que aprendió del Maestro, y que ellos no quieren oír.

El Dios de nuestra esperanza

Queda claro, por lo tanto, que podemos esperar con confianza y firmeza que, pase lo que pase, el ganador será siempre Dios, en toda época y en todo momento. No es que Dios vaya a ganar la guerra pero pierda batallas: siempre gana las batallas. Todas. Nos puede parecer que no es así, pero es porque no tenemos la perspectiva de Dios. Vemos las cosas dentro de nuestro muy limitado rango de visión, influenciado por la época en que nos toca vivir, el entorno en el cual nos movemos, nuestra capacidad de entendimiento.

Dios está siempre ahí, con lo brazos abiertos a quien verdaderamente le busca, para entregarle el ciento por uno en esta vida y la felicidad eterna después. Ciento por uno que no es monetario, ni en bienes, ni en fama, ni en poder, sino en algo mucho más importante: en felicidad, que nada ni nadie puede arrebatar. Al ser felices por estar junto a Dios, irradiamos felicidad a nuestro alrededor y atraemos a más gente a El. Si los casi mil millones de católicos en el mundo dieran un testimonio real con su vida de su felicidad y alegría, de su paz por estar en paz con Dios, este mundo hace rato sería otro.

El Dios de nuestra esperanza, El mismo, nos lleva de la mano, nos inspira a través de su Espíritu que saca de nosotros emociones inenarrables, que nos hacen decir ¡Abbá! (término hebreo que literalmente quiere decir “Papito”) y nos llena de alegría, de felicidad, de paz. Hay infinitamente más felicidad, alegría y calidad de vida entre quienes se esfuerzan por conocer y amar a Dios que entre quienes se esfuerzan por poseer bienes, prestigio, poder, influencia sobre los demás. Al centrarse en sí mismos, surgen las envidias, las frustraciones, las decepciones, las calumnias, la rabia, el odio. Si hicieran caso a lo que el Espíritu Santo les inspira – para lo cual se requiere perseverancia en la oración, la penitencia y los sacramentos – serían felices, y verían toda esa agitación del mundo por tener más y ser alguien poderoso como lo que es: una estupidez. Entendería que realmente la sabiduría de los hombres es necedad para Dios y la fortaleza que creen tener realmente es debilidad. Que somos sabios y fuertes solo en la medida en que vivimos para El.

Poner en Dios nuestra esperanza, abandonarnos de verdad en El es lo único que nos da verdadera paz, porque sabemos que pase lo que pase, es El quien tiene “el control de todo” y que como nos ama infinitamente – hasta el punto de hacer morir cruelmente a su Hijo para salvarnos – hace lo que más nos conviene. Dios hace concurrir las cosas para el bien de los que le aman
[2]. Sufrimos, pero somos felices, porque confiamos en quien creó el Universo y cuanto lo contiene.

Dios tiene en sus manos nuestra vida, y no quiere nuestro mal. Debemos esperar, contra toda esperanza, contra toda convicción impuesta por la realidad que vemos, que Dios va a hacer concurrir las cosas para nuestro bien, que tal vez no comprendamos, pero que es nuestro bien. Y eso lo hacemos siendo almas de oración, de penitencia y de sacramentos, para dejar al Espíritu Santo que “haga su pega”. Entonces, todo se ve más fácil, y nuestras angustias se transforman en alegrías, nuestras dudas en certezas, nuestros miedos en tranquilidad.
La esperanza de nuestro Dios

Hay otro aspecto, sin embargo, que nos debe llenar de alegría y a la vez sobrecogernos: Dios cuenta con nosotros para llevar a cabo su Plan de Salvación. En cierto modo, también nosotros somos "la esperanza de Dios". Siempre ha contado con nosotros, a pesar de los pesares: nuestras debilidades, nuestras pequeñas o grandes traiciones, nuestras escasas luces... El se ha servido de personas excepcionales y brillantes, como un Santo Tomás de Aquino, con la misma proyección que de personas simples, como los pastores de Fátima, o el Santo cura de Ars. Con personas poderosas, como San Luis IX, Rey de Francia o con personas muy humildes, como Santa Martín de Porres.
Qué alegría saber que da igual quién soy, cuales son mis limitaciones, cual mi puesto en el mundo, porque Dios es quien pone el incremento. Y que ese incremento solo depende de mi respuesta a su llamado, no de los medios con que cuento, ni de la inteligencia que poseo, ni de la posición que ocupo en la sociedad. El elige libremente, porque nos conoce más que nosotros mismos nos podemos conocer, ya que el nos creó, uno a uno. Y nos pone frente a situaciones ordinarias de la vida para que le busquemos, le encontremos, y junto con El, elevemos todas las cosas para su redención, que es tanto como decir para que sean lo que fueron llamados a ser.

Que alegría saber que cuenta conmigo. Es una frase para paladearla: ¡Dios cuenta conmigo! ¿Cómo me sentiría de orgulloso si un gran líder de nivel mundial se dirigiera a mí, y me dijera que debo hacer esto o aquello y que cuenta conmigo? Pues mucho más es que sea Dios mismo quien cuenta conmigo. Por eso, porque cuenta conmigo, tengo que poner todo el empeño en saber qué es lo que quiere, y dejar que el Espíritu Santo “tome el control” de mi vida.


[1] Fundada sobre Roca - Louis de Wohl . Arcaduz. Capítulo IX[2] Ro VIII, 28

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