miércoles, 31 de julio de 2013

La intrínseca hipocresía detrás del aborto

El tema del aborto se reduce responder a una sola gran pregunta: ¿hay vida humana en un feto? Si la respuesta es sí, se estaría eliminando una vida humana. Pretender que hay una justificación para esa eliminación es la mayor hipocresía que un miembro del género humano puede tener. Sobre todo, si se dice "respetuoso de los derechos humanos". Eliminar a un ser humano inocente nunca será justificable. La primera sociedad que legalizó el aborto en el siglo 20, que yo sepa, fue la Alemania nazi, como una forma de promover la "raza pura". Y es que, en definitiva, eliminar a un ser humano por cualquier "razón" es una discriminación de la peor especie. 

Detrás de los "motivos" para el aborto hay cobardía y comodidad. Yo entiendo que se pueda ser legítimamente cómodo, incluso legítimamente cobarde, pero jamás pasando a llevar a un ser inocente que no se puede defender. 

Entonces, mantengo la pregunta: ¿existe un ser humano desde el primer momento de la concepción? La respuesta de la ciencia es unánime: sí, existe un ser humano desde el primer momento de la concepción. Que ese ser humano no tenga rasgos humanos no supone para nada que no sea 100% humano. Justificar la eliminación de un feto, o de un cigoto, solo por el hecho de que su apariencia no es la de un nacido es hipócrita. Es discriminación racial, tan discriminatoria como la de los nazis con su "raza pura". 

Típicamente, en la defensa del aborto se llevan los argumentos a situaciones límites. ¿Qué pasa con la violación? Pregunto: ¿eliminaría al recién nacido - con forma humana 100% - porque fue producto de una violación? Si la respuesta es sí, estamos de nuevo ante un crimen 100%. Si la respuesta es "no, pero sí eliminaría un feto", el contra argumento es contundente: no hay diferencia, en cuanto a "ser un ser humano, entre un feto y un nacido. En eso están de acuerdo los científicos". Lo que sucede es que ante ese argumento, quienes apoyan el aborto hacen oídos sordos. No oyen, no les interesa oír, y siguen detallando los horrores de la violación. Bajo esa misma línea de argumentación, si quieren llevar las cosas a los extremos, yo les diría que a los culpables de violación les castren,  Es horrible, pero mucho menos horrible que matar a un ser humano que no tuvo nada que ver en el hecho, aparte de ser un resultado del mismo. Si a uno de las mías la violaran, en un ataque de rabia sería capaz de castrar a quién lo hizo. Pero, jamás, matar al fruto inocente de esa violación.  

Otro argumento es el peligro de vida de la madre. Ante esto, insisto en mi contra argumento: si fuese un recién nacido, y por las razones que sea tuvieran que decidir entre dejar que se muera la madre o el recién nacido, ¿por cual optarían? Creo que la madre diría siempre que prefiere que viva su hijo o hija. La ley de aborto querría decir - puesto que el feto es tan ser humano como el recién nacido - que en estos casos siempre se debe eliminar al recién nacido. ¿Sobre qué base científica o moral?

Un tercer argumento extremo es de un feto no viable. Se sabe que en cuanto nazca vivirá poco. Este caso me recuerda un episodio de "La Ley y el Orden". La madre de un feto inviable decidió al final no abortar. Cuando le preguntaron por qué, contestó: "murió en mis brazos, que es donde debía morir. Pude verle la cara, pude ver quien era. Aunque fue durísima esa muerte, al menos conocí a mi hijo." Sabia respuesta. 

Detrás del no al aborto debe haber sin embargo una responsabilidad de la Sociedad respecto del "día después". La madre no abortó. Pero lo que no puede ser es que la Sociedad le de la espalda y la deje con el cacho sola. Debe ayudarla, acompañarla, buscar una familia que se haga cargo en caso que no pueda o no quiera. Darle ayuda estatal si no tiene medios para sacar adelante a esa vida humana. Que no sea que al final no seamos hipócritas respecto de la muerte (aborto) pero si respecto de la vida (cuidado del que va a nacer). 

Al final, quizá Chile acabe siendo el último país cristiano que legalice el aborto en el mundo (los países islámicos no lo legalizan). Sería para mi algo triste. Tarde o temprano, las cosas volverán a su normalidad, y esta época de la humanidad será recordada como la "sociedad de la muerte", una donde se legalizó jurídicamente la eliminación de seres humanos, tan intrínsecamente humanos como cualquiera nacido y desarrollado. Me llenaría de orgullo saber que mis descendientes pudiesen decir "todos los países llamados cristianos legalizaron la eliminación de seres humanos no nacidos, menos Chile". 

Ruego a Dios que así pudiera ser. 

Alfredo Barriga

2 comentarios:

Carlos dijo...

Es fácil hablar asi cuando el autor no tiene que preocuparse de embarazos no deseados o decidir si continuar el embarazo no pone en peligro su vida. E incluso en casos no tan controversiales, desde cuando puede un hombre tomar decisiones sobre el cuerpo de una mujer?

La hipocresia mas grande para mi es que siempre son hombres los que escriben articulos como este. Hombres que no tiene la presion de vivir con el producto de su violación, hombres cuyas vidas no corren peligro si el embarazo continua.

Si no se legaliza el aborto sólo se lograran mas muertes por abortos ilegales o abortos echos a escondidas.

Yo no creo en en aborto. Tampoco creo que deben ser hombres los que toman esa decisión

Unknown dijo...

Me acordé de una columna de Carlos Peña y te la dejo:

Los argumentos que se han dado por estos días contra el aborto son incorrectos. Al parecer, la fe no sólo mueve montañas: también hace que personas inteligentes digan cosas insensatas. Es cosa de ver. Cuando una mujer tiene en su seno a un feto inviable -v.gr. carente de cerebro-, la discusión sobre el aborto no es acerca de la vida, sino de la autonomía. No se discute si acabar o no con una vida humana (eso ya lo decidió la naturaleza), sino quién debe decidir acerca de un embarazo inútil: si quien lo padece o un tercero. El proyecto de ley que se votará esta semana entrega esa decisión a la mujer. ¿Qué tiene eso de terrible? Una mujer puede pensar que ese tipo de embarazo es una de las muchas piedras que Dios pone a veces en el camino. Y creer que lo mejor es guardar silencio y soportar. Pero otra piensa que ese embarazo es simplemente una crueldad incomprensible del destino. Y cree, entonces, que lo mejor que puede hacer es abreviarla. Una cree que el embarazo que padece es una prueba de Dios, la otra cree que se debe a una naturaleza madrastra; una piensa que ese sufrimiento tiene un sentido, la otra piensa que es inútil. ¿Cómo podría el Estado zanjar esa discrepancia? ¿Desde cuándo el Estado tiene títulos para decidir ese tipo de cosas? En este aspecto, la ministra Matthei tiene toda la razón: algo así no lo puede decidir el Estado. Tampoco es el Estado quien debe decidir en aquellos casos en que hay que escoger entre la vida de la madre y la del nasciturus. Si una niña enferma de hepatitis al extremo de necesitar un trasplante, pero su embarazo hace cada día más difícil la espera del donante, ¿debe esperarse la viabilidad del feto o, desde ya, interrumpir el embarazo?, ¿quién debe tomar la decisión de qué vida ha de salvarse? Ninguna declaración general acerca del valor de la vida -de esas que se escuchan por estos días- permite resolver ese dilema hipotético. Y sin perjuicio de preguntarse por qué la creación pone a los seres humanos ante decisiones tan terribles, hay que decidir: ¿Quién ha de hacerlo?, ¿acaso el Estado en abstracto? De nuevo, no cabe duda: no es el Estado quien debe decidir algo así. Habrán de hacerlo los directamente involucrados (o, en otras palabras, las víctimas del destino). En fin, si una niña se embaraza producto de una violación, ¿deberá esperar que el embarazo llegue a término o podrá interrumpirlo dentro de un determinado plazo? Es verdad que el embrión no es culpable de nada, pero la niña violada tampoco. Y si es así, ¿por qué habría de obligársela a sumar al dolor de haber sido violada la obligación de tolerar el fruto de esa agresión? Lo que debe discutirse, entonces, es si el Estado puede imponer una obligación tan gravosa como esa -la de tolerar una vida ajena con la que no existe vínculo alguno- con el argumento que, de otra forma, se maltrata a la vida. Nadie aceptaría que se le obligara a dar un riñón a un tercero con el argumento que, de otra forma, el beneficiario inevitablemente morirá. ¿Por qué alguien tendría derecho a exigir algo así a una niña violada? De nuevo, no se trata aquí de imponer el aborto, sino de evitar que el Estado coaccione a una persona (en este caso, una mujer violada) para ejecutar un acto que no es razonable exigirle. Si la mujer violada, en una decisión moralmente heroica, decide llevar a término el embarazo, podrá suscitar la admiración de todos; pero de ahí no se sigue que un acto como ese sea exigible por parte del Estado. En ninguno de esos casos se trata de discutir el valor de la vida. En los dos primeros (cuando el feto es inviable o la mujer está en peligro), se trata de saber si la voluntad de la mujer importa o si debe ser sustituida, como hasta ahora ocurre, por el Estado. En el tercero (cuando el embarazo es fruto de una violación), de decidir si el Estado tiene derecho a exigir conductas moralmente heroicas. Apoyar el aborto en cualquiera de esos tres casos no es pecado; salvo, claro, que el pecado consista en aminorar el sufrimiento ajeno.
(Carlos Peña Gonzalez)